Domingo XXXII del Tiempo Ordinario.

Escrito el 07/11/2021
Agustinos


Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Reinnasance audionautix

En aquel tiempo, Jesús, instruyendo al gentío, les decía:
«¡Cuidado con los escribas! Les encanta pasearse con amplio ropaje y que les hagan reverencias en las plazas, buscan los asientos de honor en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes; y devoran los bienes de las viudas y aparentan hacer largas oraciones. Esos recibirán una condenación más rigurosa».
Estando Jesús sentado enfrente del tesoro del templo, observaba a la gente que iba echando dinero: muchos ricos echaban mucho; se acercó una viuda pobre y echó dos monedillas, es decir, un cuadrante.
Llamando a sus discípulos, les dijo:
«En verdad os digo que esta viuda pobre ha echado en el arca de las ofrendas más que nadie. Porque los demás han echado de lo que les sobra, pero esta, que pasa necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir».


Fe sin condiciones

Nos encontramos ante dos escenas que ponen de manifiesto la dura crítica que hace Jesús sobre modos de comportarse siguiendo una falsa religiosidad.

En primer lugar, se dirige a los escribas. En tiempo de Jesús se había multiplicado este grupo de estudiosos de la ley judía, una especie de teólogos-abogados que se encargaban de ordenar la vida hasta en sus menores detalles. Según el evangelista Marcos, este grupo fue con el que tuvo Jesús los mayores enfrentamientos. El Señor no va a criticar su doctrina, sino su comportamiento, a menudo cargado de hipocresía: la vanidad y el deseo de honores que manifiestan tienen muy poco que ver con las enseñanzas que transmiten.

Después se dirige a sus discípulos, orientando la mirada hacia la ofrenda realizada en el templo; muchos ricos echan dinero en cantidad, mientras que una pobre viuda echa apenas dos monedillas. Les viene a decir que lo que hace esta tiene mucho más valor, pues da de lo que necesita, realizando un auténtico sacrificio, mientras que aquellos no sacrifican nada, pues están sobrados de todo.

La denuncia de Jesús, en ambos casos, nos tiene que abrir los ojos acerca de nuestra vivencia de la fe. En el fondo, todos tenemos algo de escribas, algo de ricos y algo de viudas pobres.  Pero no podemos caer en la mediocridad o en el conformismo, sino que es necesario que depuremos nuestra forma de vivir la fe.

Ciertamente, la tentación a buscar el aplauso de los demás, a conseguir los primeros puestos y a sentirnos importantes es muy humana. Al fin y al cabo, todas las personas necesitan alimentar su ego. Pero si no estamos alertas, nos convertiremos en personas autorreferenciales y, lo que es más peligroso, creeremos que así estamos dando gloria a Dios y nos estamos ganando su favor. Craso error, que nos llevará a vivir una fe desnaturalizada.

El ejemplo de la viuda pobre, como el de la viuda de Sarepta que aparece en la 1ª lectura, nos muestran el auténtico camino de la fe: el camino de dos mujeres que dan a costa de su sacrificio personal, pero no lo hacen ni para obtener el aplauso ajeno ni para ganarse el favor divino. Es la fe de la gratuidad sin condiciones, fruto del amor que brota de la experiencia de un Dios que nos ha amado primero.