Miércoles II Tiempo Ordinario

Escrito el 18/01/2023
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Keys of Moon. One Love

En aquel tiempo, Jesús entró otra vez en la sinagoga y había allí un hombre que tenía una mano paralizada. Lo estaban observando, para ver si lo curaba en sábado y acusarlo.
Entonces le dice al hombre que tenía la mano paralizada:
«Levántate y ponte ahí en medio».
Y a ellos les pregunta:
«¿Qué está permitido en sábado?, ¿hacer lo bueno o lo malo?, ¿salvarle la vida a un hombre o dejarlo morir?».
Ellos callaban. Echando en torno una mirada de ira y dolido por la dureza de su corazón, dice al hombre:
«Extiende la mano».
La extendió y su mano quedó restablecida.
En cuanto salieron, los fariseos se confabularon con los herodianos para acabar con él.


Dureza de corazón

El evangelio de hoy está cargado de ira, lo que resulta muy sorprendente en un relato de curación. Podríamos esperar más una actitud de sorpresa ante la capacidad de Jesús de sanar, como había sucedido en el capítulo anterior cuando en la misma sinagoga de Cafarnaún había liberado a un endemoniado. Quizás Marcos podría haber hablado de la alegría que se había producido, ya que, a fin de cuentas, uno de sus vecinos tenía la mano paralizada, como muerta, y Jesús había devuelto a aquel hombre la capacidad de trabajar, de cuidar de sí, de vivir su vida con mayor libertad y menos dependencia.

La ira ocupa el lugar de la sorpresa. Sucede algo maravilloso, pero Marcos nos invita a fijarnos sólo en la ira. No menciona al hombre curado ni menciona a sus compañeros. Nos invita a que nos fijemos en lo fariseos y en la dureza de su corazón. Curiosamente el centro de la escena no es el hombre con la mano paralizada, sino los fariseos con el corazón endurecido. Cuando Marcos nos cuenta la curación del paralítico, en el capítulo anterior, nos dice que Jesús quedó maravillado por la fe que mostraban el paralítico y sus cuatro amigos. Pero aquí la reacción de Jesús es otra muy distinta.

Marcos podría haber dicho que a Jesús le había conmovido la enfermedad de ese hombre, pero prefiere que nos fijemos en otra enfermedad. Lo que toca el corazón de Jesús es la dureza del corazón de los fariseos. Y le provoca dos emociones que Marcos ha querido unir de un modo quizás poco natural. Marcos coloca ira en la mirada de Jesús, pero también una profunda tristeza y tendríamos que preguntarnos cual de las dos prevalece. Porque quizás podemos sentirnos inclinados a pensar que Jesús reacciona enfadado por la actitud de los fariseos, de hecho Jesús ya ha comenzado a enfrentarse con ellos y su evangelio va a liberar al hombre de todas las cargas pesadas que imponían los fariseos con su cumplimiento riguroso de todos los mandatos de la Torá. Quizás parecería que la acción poderosa de Jesús está hecha para cerrar la boca a esos criticones y sin duda que en alguna ocasión nos hemos dejado llevar por el deseo de dejar mudos a los que nos critican.

Pero sigue siendo extraño que Jesús sienta ira. Es la única vez que Marcos atribuirá esta emoción a Jesús y no parece que vaya mucho con Jesús. Por eso podríamos fijarnos más bien en que esa ira está en la mirada, y que nace de otra emoción. Jesús está apenado, profundamente dolido, ante la dureza del corazón. La acción de Jesús no busca acallar críticas sino poner en evidencia lo equivocado que es el pensamiento de un corazón duro. La pregunta sobre si hacer el bien o el mal tiene una respuesta sencilla en la razón, pero en el corazón la respuesta puede ser más ambigua, porque el corazón está endurecido por nuestros prejuicios, nuestras heridas interiores, nuestras ambiciones.

Tener una mano paralizada es un problema para vivir la vida, pero un problema que se nota. Tener un corazón endurecido es un problema más grave, porque no se ve a simple vista e incluso puede disfrazar su dureza de virtud, de rectitud, de observancia respetuosa de las normas o los protocolos.

Sorprende la ira del pasaje, sorprende que ya en la tercera página del evangelio haya quienes quieren acabar con Jesús. Sorprende menos si nos fijamos en lo que nace de un corazón endurecido, de un corazón de piedra, del que nacen frutos de amargura, de inseguridad, de temor, de ira y de muerte.

La Palabra de Jesús sanó la mano paralizada, pero sólo el Espíritu de Jesús puede sanar los corazones endurecidos.