Domingo V Tiempo Ordinario

Escrito el 05/02/2023
Agustinos


Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: One love. Keys of moon

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Vosotros sois la sal de la tierra. Pero si la sal se vuelve sosa, ¿con qué la salarán?
No sirve más que para tirarla fuera y que la pise la gente.
Vosotros sois la luz del mundo. No se puede ocultar una ciudad puesta en lo alto de un monte.
Tampoco se enciende una lámpara para meterla debajo del celemín, sino para ponerla en el candelero y que alumbre a todos los de casa.
Brille así vuestra luz ante los hombres, para que vean vuestras buenas obras y den gloria a vuestro Padre que está en los cielos».


Dar vida a la vida

Una de las primeras medidas que los médicos adoptan cunado una persona padece hipertensión es la de quitar la sal de las comidas. Normalmente, para el paciente se trata de una mala noticia, pues aunque uno se acabe acostumbrando, le quedará la sensación de que a la comida le falta algo.
Esto tiene mucho que ver con lo que hoy escuchamos en el evangelio: ser sal de la tierra es tanto como “dar vida a la vida”, porque sin eso que el Señor llama “sal” la existencia se torna demasiado sosa, insípida, insustancial, pierde su esencia y, por tanto, su sentido.
Por otro lado, ser luz del mundo es hacer posible que las tinieblas no triunfen en nuestra existencia y poner todo el empeño en que todos los recovecos de la vida estén alumbrados de un modo u otro. Es apostar por la alegría de vivir (sin exclusiones ni excluidos), por la justicia, la libertad, la paz, en definitiva, por el Amor con mayúsculas, que viene de Dios.
Destaquemos que Jesús no dice: hay que ser la sal de la tierra o tenéis que ser la luz del mundo. Aquí no hay imperativos, sino afirmaciones. Al decir vosotros sois la sal de la tierra, vosotros sois la luz del mundo, hay dos aspectos muy importantes que debemos considerar.
El primero es que el seguimiento de Jesucristo (que es de lo que se trata en todo esto, como veíamos hace dos domingos: sígueme) no es una obligación, una norma moral, algo que hay que cumplir porque está mandado, sino una invitación. Estamos cansados de repetir una y otra vez imperativos, deberes del cristiano… cuando Jesús nunca se dirigió a los suyos con ese estilo. Lo suyo es tender la mano y esperar la libre respuesta, convencer con la propuesta y el buen ejemplo.
El segundo aspecto importante es que Jesús tiene una mirada positiva sobre sus discípulos. Él no dice que pueden ser sal o luz, sino que afirma que lo son. Él nos hace ver (también a nosotros) lo valiosos que somos en su plan de vida y salvación para el mundo. Nos hace sentir la gran responsabilidad que tenemos y lo capaces que somos, si asumimos su propuesta, de hacer que en el mundo haya sal y luz, es decir, que el Reino de Dios se vaya haciendo realidad.
Por supuesto, podemos dejar que esa sal que somos se desvirtúe, que esa luz que somos se esconda debajo del celemín, arruinando las capacidades que Dios ha puesto en nosotros. Pero también podemos asumir la invitación del Señor, podemos creernos que realmente somos aquello que él nos dice. Entonces, como dice el profeta Isaías, brillará tu luz en las tinieblas, tu oscuridad como el mediodía. Que así sea; feliz día del Señor.