Miércoles V de Pascua

Escrito el 10/05/2023
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra,  OSA
Música: Autum prelude

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».


La vida de Jesús da fruto en nosotros

Según vamos avanzando en el tiempo de Pascua las lecturas del evangelio nos van llevando a fijarnos menos en lo que le ha sucedido a Jesús y más en lo que nos sucede a nosotros que estamos unidos a él por el bautismo. La imagen de la vid y los sarmientos nos ayuda a comprender mejor cómo la vida de Jesús da fruto en nosotros, un fruto que es de Dios pero que al mismo tiempo es un fruto que se realiza en nuestras manos.

Y este fruto, estas uvas, son de la Vid Verdadera. San Agustín la distingue de la vid ajena, siguiendo un texto del profeta Jeremías “te hice vid selecta y tú te volviste vid ajena” (Jer 2,21). Si nos fijamos en los frutos que produce la humanidad y que leemos en los periódicos, nos damos cuenta de que son más espinos que uvas. No somos la viña auténtica de Dios, sino que parece que somos una viña ajena, la viña de un mal labrador.

Así había sido el pueblo de Israel, incapaz de vivir la fraternidad con todos los pueblos, con una vida impropia de llamarse “hijos de Dios”. Y Cristo se propone como otra Vid, una vid auténtica, verdadera y no aparente, una que da los frutos de Dios, la viña de Dios. Y nos propone a nosotros formar parte de esa viña, ser sarmientos donde cuelguen los racimos de Dios.    

Y aquí surge la pregunta ¿por qué esta vid es verdadera? Los mandamientos de la Antigua Alianza ya nos enseñaban la justicia y la paz, los ejemplos de los grandes hombres nos indican cómo producir los frutos buenos, nuestros propios corazones quieren esos frutos. Y sin embargo siguen brotando espinos.

Agustín nos invita a fijarnos en un detalle del evangelio. Nos parcería que la clave es estar unidos a la Vid, para que su sabia pase por nosotros. Sin embargo, el evangelio presenta un detalle que los agricultores conocen bien: para dar fruto, los sarmientos necesitan ser podados. Es necesario liberarlos de hojas infructuosas, de brotes accesorios. Se podan y además parece que se podan de igual forma los fructuosos y los secos.

La clave de la viña verdadera está precisamente en arrancar todo lo que no es auténtico, en “podar” los sarmientos para que den más fruto. La unión con Cristo nos va alejando de otros amores más pequeños, de las pequeñas mentiras que nos van arrancando nuestra vida en Dios. Igual que Cristo fue “podado” de toda ambición y pecado, libre de la necesidad de reconocimiento, de la urgencia de afecto, podado de la ira y la venganza; igual que Cristo, en la cruz es podado de todo lo que no da fruto, así también nosotros, así también los sarmientos. ¡Que Cristo “limpie a los limpios, esto es, fructuosos, para que sean tanto más fructuosos cuanto más limpios”. (In Io 80,2)!