Miércoles VI de Pascua

Escrito el 17/05/2023
Agustinos


Texto: Ángel Andújar,  OSA
Música: Autum prelude

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Muchas cosas me quedan por deciros, pero no podéis cargar con ellas por ahora; cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena. Pues no hablará por cuenta propia, sino que hablará de lo que oye y os comunicará lo que está por venir.
Él me glorificará, porque recibirá de lo mío y os lo anunciará.
Todo lo que tiene el Padre es mío. Por eso os he dicho que recibirá y tomará de lo mío y os lo anunciará».


Comunión trinitaria

En medio del largo discurso de despedida que nos presenta el cuarto evangelio, vemos cómo Jesús manifiesta a sus discípulos la riqueza de la comunión divina: por un lado, promete a los suyos que el Espíritu será quien los guíe; por otro, les recuerda una vez más que todo lo que tiene el Padre es suyo. El Hijo, por tanto, plenamente identificado con el Padre y el Espíritu.

A Dios nadie lo ha visto (como indica el mismo Juan en el primer capítulo), pero a través del Hijo es como el Padre se ha dado a conocer. Una y otra vez el evangelista nos quiere hacer entender que es a través de Jesucristo como Dios se nos ha revelado de una vez para siempre. El que era invisible a los ojos del mundo, por ser Dios y no criatura, se nos ha hecho visible a través de la encarnación de su Hijo. Es la gran paradoja de nuestra fe, que nos lleva a comprender la cercanía infinita del Dios en el que creemos.

Esa cercanía no es sólo un acontecimiento puntual (pues la encarnación de Jesucristo se da en un breve período de la historia), sino que se hace permanente desde el momento en que el Espíritu de la verdad es enviado y habita entre nosotros para siempre. El Hijo se va, vuelve al Padre, pero nos deja su Espíritu, para hablar en nombre del Padre y guiarnos hasta la verdad plena.

Estas palabras, que pueden resultar difíciles en una primera lectura, una vez meditadas en profundidad nos revelan la identidad del Dios en el que creemos: un Dios que en su esencia es comunión de vida y amor (Padre, Hijo y Espíritu) y que como tal se manifiesta también a los suyos, estableciendo una alianza definitiva con quienes creen en Él y fomentando también esos lazos de común unión entre los creyentes. Creer en Dios, según la revelación del evangelio de Juan, consiste en experimentar su presencia en medio de nosotros, como luz que nos guía a la verdad, es decir, a lo que realmente merece la pena para vivir en plenitud.

Estamos acercándonos al final del tiempo de Pascua, tiempo necesario para comprender y asimilar los grandes misterios de nuestra fe, que nos llevan a ser testigos del resucitado allá donde su Espíritu nos guíe, en el convencimiento de que por la misión que el Señor nos ha encomendado merece la pena dar la vida.