V Domingo de Pascua

Escrito el 28/04/2024
Agustinos


Texto:  José María Martín, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:

«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.

Vosotros ya estáis limpios por las palabras que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.

Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.

Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.

Si permanecéis en mí, y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.

Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».

Unidos a Jesucristo

Vivimos en una “sociedad líquida”, o del amor líquido, sin realidades sólidas. Jesús quiere ponernos en guardia frente a esos "efluvios" místicos que tienen poca raíz y que desaparecen al mismo tiempo que llegan. Lo hace en el contexto de la Ultima Cena, después de haber lavado los pies de los discípulos como gesto de amor y de servicio. El evangelio nos enseña a permanecer en ese amor que genera vínculos y cura soledades. Ahora nos recuerda que sin Él no podemos hacer nada. Nos pide que permanezcamos en El. El artista que quiere permanecer en el candelero tiene que cuidarse, al igual que el futbolista que no quiere ser flor de un día. Nuestro deseo de amor es El. Dios permanece siempre.

Jesús es la vid, nosotros los sarmientos y el Padre es el labrador.  El tronco nos mantiene unidos. Debemos permanecer en Cristo. Quiere decirnos con estas palabras que no podemos subsistir como cristianos alejados de Él, que es nuestra vida. Tenemos experiencia de momentos en los que hemos intentado vivir sin contar con Dios, hemos creído que podíamos conseguirlo todo con nuestras fuerzas, pero algo nos ha devuelto a la realidad. Sin Él no somos nada. Es el orgullo y la vanidad lo que nos lleva a pensar que estamos por encima de todo y no hay nada que se nos resista. Somos necios e insensatos...Si cortamos el contacto con la fuente, nuestra vida de fe y nuestro entusiasmo se secan. Los sarmientos, es decir nosotros, necesitamos su presencia provechosa. San Agustín, cuya conversión hemos celebrado esta semana, comenta: "En efecto, los sarmientos están en la vid de tal modo que, sin darle ellos nada a ella, reciben de ella la savia que les da vida; a su vez la vid está en los sarmientos proporcionándoles el alimento vital, sin recibir nada de ellos”.

Necesitamos la savia del espíritu de Jesús para dar nuestra mejor versión. Descubrir el valor de lo permanente, el valor de la fidelidad. Su amor no es pasajero. Hay personas que sufren mucho en este mundo, padres que ven como sus hijos se tuercen, esposos traicionados, pobres que no tienen nada que comer, inmigrantes que no acaban de encontrar un trabajo digno, personas que sufren el aguijón de la enfermedad, pero, sin embargo, mantienen siempre la confianza en Dios. ¿Cuál es su secreto? Si examinamos su vida descubriremos la causa de su paz interior: están unidos a Dios. Que también nosotros estemos unidos siempre a Jesucristo.