Miércoles V de Pascua

Escrito el 01/05/2024
Agustinos


Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Yo soy la verdadera vid, y mi Padre es el labrador. A todo sarmiento que no da fruto en mí lo arranca, y a todo el que da fruto lo poda, para que dé más fruto.
Vosotros ya estáis limpios por la palabra que os he hablado; permaneced en mí, y yo en vosotros.
Como el sarmiento no puede dar fruto por sí, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros, si no permanecéis en mí.
Yo soy la vid, vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da fruto abundante; porque sin mí no podéis hacer nada. Al que no permanece en mí lo tiran fuera, como el sarmiento, y se seca; luego los recogen y los echan al fuego, y arden.
Si permanecéis en mí y mis palabras permanecen en vosotros, pedid lo que deseáis, y se realizará.
Con esto recibe gloria mi Padre, con que deis fruto abundante; así seréis discípulos míos».


Labrador, vid y sarmientos

Nos encontramos ante una alegoría muy sugerente en relación a lo que supone ser cristiano. Decía nuestro padre espiritual, San Agustín, que Dios es, ni más ni menos, «Aquél que me es más íntimo que yo mismo». Esta manera de describir a Dios tiene mucho que ver que con lo que nos propone Jesús al hablar de Dios como el labrador, a Él como la vid y a nosotros como sarmientos. Un sarmiento es un vástago de la vid, largo, delgado, flexible y nudoso, de donde brotan las hojas, las tijeretas y los racimos. El sarmiento, si se quiebra y se separa de la cepa, ya no sirve para nada más que para ser quemado. Así nosotros también: si perdemos el vínculo con nuestra razón de ser… nos inutilizamos.

Jesús invita a sus interlocutores a permanecer arraigados a él. Pero, ¿qué significa “permanecer”? Ser fieles: fieles a nuestra esencia, a aquel sin el cual no somos nosotros mismos, a aquel que da un auténtico sentido a nuestra existencia, en definitiva, a nuestra más profunda intimidad, en la cual habita la verdad.

Hay quien puede considerar que esta manera de ver las cosas va contra nuestros deseos de libertad: atrapados por la cepa, no podemos ser libres. Pero sólo nuestra soberbia nos hace pensar que estar unidos a la vid, que es Jesucristo, coarta nuestra libertad. Muy al contrario, la fidelidad al Evangelio y a Jesús, nuestra Vid, es la que nos hace auténticamente libres, y el desarraigarnos de Él nos esclaviza a cosas externas.

Y, ¿cómo permanecer arraigados a nuestra Vid, para ser auténticamente libres? Manteniéndolo vivo en nosotros. Y, para ello, somos invitados a acercarnos sin cansancio a su Palabra. Leer y meditar la Escritura es el mejor modo de arraigarnos en el Señor, de conocerle, de amarle, de imitarle y hacer que su vida sea la nuestra. Son palabras que todos tenemos a mano, sea de un modo tradicional, a través de una Biblia, o por medio de una aplicación, si estamos más habituados a la tecnología. Pero, en cualquier caso, no podemos dejar de acercarnos a los Evangelios, empezando quizá por una sola frase rumiada sinceramente durante unos pocos minutos, hasta que llegue el gran día en que leamos un evangelio de seguido. Quizá un bonito compromiso pascual sea el de habituarnos a la lectura orante de la Escritura.

Como decía la maestra de la mística Santa Teresa de Jesús, sólo Dios basta. El Dios que, desde la experiencia agustiniana, habita en mi interior. ¿Qué más hace falta buscar? Quien está unido a Él tiene un tesoro que nadie le podrá arrebatar. Y los frutos de amor se verán en su vida.