Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Crying in my beer. Audionautix
En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
«¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».
Él contestó:
«Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle: “El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
«En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
«¿Soy yo acaso, Señor?».
Él respondió:
«El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
«¿Soy yo acaso, Maestro?».
Él respondió:
«Tú lo has dicho».
La confianza traicionada
Adentrándonos en el corazón de la Semana Santa y en puertas ya de iniciar el Triduo de la pasión, muerte y resurrección del Señor, el Evangelio nos habla hoy de traición. La figura de Judas Iscariote, que tantos ríos de tinta ha hecho correr a lo largo de la historia, es el prototipo de las situaciones que no quisiéramos vivir nunca pero que, por desgracia, se repiten con demasiada frecuencia.
Todos procuramos rodearnos de un círculo de confianza, un grupo más o menos numeroso de personas en quien apoyarnos y con quienes sentirnos seguros. Que alguien nos falle, nos dé la espalda o nos engañe resulta doloroso, pero que lo haga una de esas personas en las que hemos depositado nuestra confianza es algo que nos parte el corazón.
Aunque en los Evangelios no se exprese con claridad el sentir de Jesús, podemos estar seguros de que su Pasión comenzó ya en esa Última Cena, rodeado de los suyos, al tomar conciencia de que la traición se sentaba en su misma mesa. La misma pregunta de Judas, “¿soy yo acaso, Maestro?”, ahonda más aún en lo doloroso de la situación. Podemos intuir en Judas una lucha interior, tratando de negar ante sí mismo la evidencia de lo que está haciendo.
En cualquier caso, esta escena, antesala del prendimiento del Señor, no nos es ajena. También en nuestro mundo pululan los Judas que, confusos, inestables e incoherentes, son capaces de venderse por un puñado de monedas. E, igualmente, encontramos en nuestro tiempo personas que son traicionadas, abandonadas a su suerte y condenadas injustamente. Porque, no lo olvidemos, también nosotros podemos meternos en la piel del traidor cuando damos pie a acusaciones injustas, a juicios temerarios, a actitudes de indolencia o de desprecio… Y, en esas personas a las que damos la espalda, es Jesús quien se hace presente. Cada vez que hacemos algo así a esas, las más pequeñas de las personas, al Señor se lo hacemos.
Abramos, pues, los ojos en este Miércoles Santo, ante las realidades de traición que nos acechan, no tanto como víctimas sino como verdugos; levantémonos de nuestras caídas y vivamos esta Semana Santa desde una auténtica conversión que nos lleve a la vida resucitada.
Feliz y Santo miércoles.