Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: A new day. Mixaund
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Como el Padre me ha amado, así os he amado yo; permaneced en mi amor.
Si guardáis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; lo mismo que yo he guardado los mandamientos de mi Padre y permanezco en su amor.
Os he hablado de esto para que mi alegría esté en vosotros, y vuestra alegría llegue a plenitud. Este es mi mandamiento:
que os améis unos a otros como yo os he amado.
Nadie tiene amor más grande que el que da la vida por sus amigos. Vosotros sois mis amigos si hacéis lo que yo os mando.
Ya no os llamo siervos, porque el siervo no sabe lo que hace su señor: a vosotros os llamo amigos, porque todo lo que he oído a mi Padre os lo he dado a conocer.
No sois vosotros los que me habéis elegido, soy yo quien os he elegido y os he destinado para que vayáis y deis fruto, y vuestro fruto permanezca.
De modo que lo que pidáis al Padre en mi nombre os lo dé.
Esto os mando: que os améis unos a otros».
Amdos, amigos
A vosotros os llamo amigos, pero os doy un mandamiento como a los siervos. El evangelio nos sitúa en la noche de la Última Cena, en un largo diálogo de sobremesa en el que el evangelio de Juan resume toda su reflexión sobre quién es Jesús y la relación que tiene con sus discípulos. Y esta relación la explica con dos verbos: amar (agapao) y “ser amigos” (fileo) que en griego son sinónimos y hablan siempre de amar, igual que en español, amado y amigo, se forman de la misma raíz “amar”, aunque en la práctica usemos la palabra amigo de forma tan banal que incluso nos sirve como simple saludo.
Pero este pasaje del evangelio quiere expresar el término “amigo” con toda la profundidad que lo une a la experiencia del amor. Los discípulos son “amigos” porque son los amados y lo deja claro al decir “dar la vida por sus amigos”. Un siervo puede dejar de ser siervo si se niega a servir, porque la clave de ser siervo está en la voluntad del que obedece. Y nos podríamos confundir si pensamos que la clave del ser amigos es hacer lo que el otro quiere o necesitar. De hecho nos confundimos tantas veces cuando tratamos de ser recibidos como amigos y para ello nos empeñamos en hacer lo que la otra persona aprecia o necesita. Ser amigo de alguien es un regalo, es una gracia. Ser amigo es ser amado, y la clave de ser amado no está en mí, sino en la persona que me escoge, que me prefiere, que me ama. Somos sus amigos porque ha elegido amarnos, por su gracia.
Entonces ¿su mandamiento es para siervos? Todos los mandamientos son para siervos, también este. Nos manda como a siervos que recorramos el camino de los amigos. “Amaos unos a otros como yo” podría interpretarse también como “haced a los demás vuestros amados, vuestros amigos” como yo lo he hecho. Si el amor de Cristo nos hace sus amigos, nuestro amor hace a los hombres nuestros amados, nuestros amigos; a esos hombres que son también amados de Cristo, y así, nuestro amor, hace a Cristo nuestro amado, nuestro amigo.
No podemos hacer que Cristo nos ame, esto es Gracia suya, pero sí podemos amar a Cristo en los hombres; podemos, siempre y cuando, el amor con que amamos sea como el de Cristo, un amor divino. Es ese amor que el Padre derramó en nosotros en el bautismo y que está latente en el corazón esperando a que le invitemos a salir. Es el mismo Espíritu Santo que inundaba a Jesús y que nos inunda. Es ese Espíritu que, de hecho, es “Amor de Dios”.
Los apóstoles “son sus amigos por gracia suya; seamos nosotros, al menos, sus siervos. Si amamos de verdad a los santos y seguimos sus huellas, ¿por qué no vamos a ser también nosotros sus amigos por gracia suya, no por méritos nuestros? (…) Corramos hacia él, dirijámosle nuestras súplicas, y también nosotros recibiremos lo que recibieron ellos. (Serm 335H).
Somos amados, seamos amigos.