Texto: Dña. Micaela Bunes Portillo OP. Fraternidad Laical de Santo Domingo de Murcia
Música: A new day. Mixaund
Una vez que estaba Jesús orando en cierto lugar, cuando terminó, uno de sus discípulos le dijo:
«Señor, enséñanos a orar, como Juan enseñó a sus discípulos».
Él les dijo:
«Cuando oréis, decid: “Padre, santificado sea tu nombre, venga tu reino, danos cada día nuestro pan cotidiano, perdónanos nuestros pecados, porque también nosotros perdonamos a todo el que nos debe, y no nos dejes caer en tentación”».
Perdona nuestros pecados
Hoy nos enseña Jesús a orar, respondiendo a la petición de los discípulos. Pedir al Padre perdón y poder perdonar, es parte importante de la oración del Padre nuestro. No sé si la más difícil. Detendré aquí mi comentario puesto que hemos comenzado con el perdón que Dios ofreció a los ninivitas arrepentidos. Me pregunto si aquellos hombres y mujeres fueron luego capaces de perdonar como habían sido perdonados.
El pasaje evangélico del deudor perdonado por el rey (Mt 18, 21-35) nos hace dudar. Si pedimos a Dios el perdón que nosotros ofrecemos, mucho me temo que se trata de un perdón encanijado que encaja muy bien en esa sentencia popular que hemos escuchado tantas veces: «Yo perdono, pero no olvido».
El perdón de Dios es cosa muy distinta y lo sabemos por el efecto que produce en nosotros. El perdón nos capacita para el amor. (...)
Señor, no nos dejes caer en la tentación de creer que nuestros ‘cumplimientos’ nos hacen merecedores de tu amor. Nadie ama por obligación. Nuestros pobres arrepentimientos nos devuelven un perdón a nuestra medida, no a la de Dios, alejándonos de la extraordinaria experiencia de su amor incondicional.
Texto tomado de la reflexión sobre el evangelio de Dña. Micaela Bunes Portillo OP. Fraternidad Laical de Santo Domingo de Murcia