Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Reinnasance audionautix
En el año decimoquinto del imperio del emperador Tiberio, siendo Poncio Pilato gobernador de Judea, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y Traconítide, y Lisanio tetrarca de Abilene, bajo el sumo sacerdocio de Anás y Caifás, vino la palabra de Dios sobre Juan, hijo de Zacarías, en el desierto.
Y recorrió toda la comarca del Jordán, predicando un bautismo de conversión para perdón de los pecados, como está escrito en el libro de los oráculos del profeta Isaías:
«Voz del que grita en el desierto:
Preparad el camino del Señor,
allanad sus senderos;
los valles serán rellenados,
los montes y colinas serán rebajador;
lo torcido será enderezado,
lo escabroso será camino llano.
Y toda carne verá la salvación de Dios».
Convresión
Nos encontramos ante un pasaje típico del evangelista Lucas, que al estilo de los historiadores griegos de la época, nos sitúa con exactitud el momento y lugar donde se va a desarrollar aquello que relata, al comienzo de la vida pública de Jesús.
Lo que se nos cuenta no es sino la vocación del profeta, y más que profeta precursor, que es Juan Bautista. Y, como profeta, comprende que a partir de entonces su vida se orienta a cumplir la voluntad de Dios, que en este caso es la llamada a la conversión.
Evidentemente, el Bautista relaciona dicha conversión con el perdón de los pecados, pues sólo necesita convertirse el que tiene algo que cambiar.
Este segundo domingo del camino del Adviento se nos presenta, por tanto, la llamada a la conversión como uno de los aspectos centrales para vivir de modo auténtico la Navidad.
Ciertamente, la conciencia de pecado que en general tenemos en la actualidad es escasa, y en muchos casos nula. Pero si no tenemos pecados, ¿qué conversión se puede dar en nuestra vida? Todas las personas tenemos cosas que cambiar, y de nuestra voluntad de hacerlo dependerá que podamos preparar el camino al Señor Jesús que viene.
El Adviento es tiempo propicio para reflexionar sobre las impurezas que se dan en nuestro vivir diario y las cuestas arriba que generamos en nuestro caminar; así podremos ir allanando el sendero que facilite el paso del amor, la gratuidad, la entrega y la misericordia. Si no dedicamos esfuerzo y tesón a ello, nuestro corazón estará cargado de piedras y maleza que dificultarán el paso de Jesús por nuestra vida y por la vida de quienes comparten con nosotros la existencia.
Hagamos un esfuerzo para nivelar, sacando de nuestros pedregosos caminos todo lo que nos sobra de orgullo, de ira, de egoísmo, de prepotencia y de autosuficiencia, para descubrir al Señor que viene por el camino de la humildad, de la pequeñez.
Estos próximos días, con la festividad de la Inmaculada Concepción, tendremos la oportunidad de detenernos un poco. Tradicionalmente eran los días en que en muchos hogares se preparaba el nacimiento; quizá puedan ser una buena oportunidad para reflexionar, en torno al portal de Belén, sobre cómo preparar caminos que nos lleven a una Navidad auténtica, en la que Jesús nos encuentre en camino de conversión.