Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Acousticguitar 1. Audionautix
El primer día de la semana, María la Magdalena fue al sepulcro al amanecer, cuando aún estaba oscuro, y vio la losa quitada del sepulcro.
Echó a correr y fue donde estaban Simón Pedro y el otro discípulo, a quien Jesús amaba, y les dijo:
«Se han llevado del sepulcro al Señor y no sabemos dónde lo han puesto».
Salieron Pedro y el otro discípulo camino del sepulcro. Los dos corrían juntos, pero el otro discípulo corría más que Pedro; se adelantó y llegó primero al sepulcro; e, inclinándose, vio los lienzos tendidos; pero no entró.
Llegó también Simón Pedro detrás de él y entró en el sepulcro: vio los lienzos tendidos y el sudario con que le habían cubierto la cabeza, no con los lienzos, sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces entró también el otro discípulo, el que había llegado primero al sepulcro; vio y creyó.
Pues hasta entonces no habían entendido la Escritura: que él había de resucitar de entre los muertos.
LLevar vida. Tiempos nuevos
El primer día de la semana… Con estas palabras se nos deja entrever que algo nuevo ha comenzado. El primer día va a ser mucho más que el comienzo de una semana más, lejos de una suerte de rutina repetitiva de semanas que se suceden una tras otra. Es la inauguración de unos tiempos nuevos.
Acercarse al sepulcro, como lo hace María Magdalena, puede ser un modo de negar la evidencia: que el maestro, aquel que había desatado las ilusiones, que había hecho renacer la esperanza, está muerto y sepultado. Volver al sepulcro es para la Magdalena un modo de aferrarse a un cadáver y tratar de mitigar con lágrimas el desgarro interior generado por la crucifixión del Señor.
La situación se agrava ante el hallazgo del sepulcro abierto: ahora ni siquiera les queda un cadáver ante el que llorar. Todo apunta a un robo, hecho que agravaría aún más la herida abierta en el corazón de los discípulos, llevando más lejos aún el odio desatado contra Jesús y que había llevado a su crucifixión.
Pero – y aquí se empieza a vislumbrar que algo nuevo ha comenzado – el signo de los lienzos tendidos y el sudario enrollado, nos hablan de otra realidad. El cuerpo del crucificado no ha sido robado; muy al contrario, no está porque ya no pertenece al mundo de los muertos, sino que está vivo, resucitado.
A los discípulos les llevó un tiempo comprender lo anunciado en la Escritura: que el Señor había de resucitar de entre los muertos. ¿Y a nosotros? ¿Lo hemos entendido de una vez por todas?
Lo que celebramos este día glorioso de la Resurrección de Jesucristo condensa todo lo que los cristianos estamos llamados a creer. Es el núcleo de nuestra fe, pero no basta con afirmarlo con los labios: estamos llamados a anunciarlo con nuestras vidas, dando testimonio de ello.
Por eso hoy se nos invita a correr, como los discípulos, allá donde sean precisos los gestos y palabras resucitadoras: llevemos vida a los hermanos necesitados de unos oídos comprensivos que escuchen, de una mirada de ternura que acoja, de unas manos serviciales que acaricien, de corazones misericordiosos que amen.
El mundo, nuestro bendito mundo, maltratado por el odio, la violencia, el egoísmo, la mentira, la sinrazón, la desesperanza… necesita la presencia real del Resucitado. Nosotros, sus testigos, tenemos la misión de llevarlo. Hoy, más que nunca, es urgente el anuncio: al amanecer de aquel día, el primero de la semana, el primero de los tiempos nuevos… los discípulos fuimos testigos: ¡HA RESUCITADO!
Que nuestro mundo resucite con él. ¡Feliz Pascua de Resurrección!, queridos hermanos en la fe.