Navidad

Escrito el 25/12/2022
Agustinos


Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: El tamborilero

En el principio existía el Verbo, y el Verbo estaba junto a Dios, y el Verbo era Dios.
Él estaba en el principio junto a Dios.
Por medio de él se hizo todo, y sin él no se hizo nada de cuanto se ha hecho.
En él estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres.
Y la luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no lo recibió.
Surgió un hombre enviado por Dios, que se llamaba Juan: éste venía como testigo, para dar testimonio de la luz, para que todos creyeran por medio d él.
No era él la luz, sino el que daba testimonio de la luz.
El Verbo era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre, viniendo al mundo.
En el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de él, y el mundo no lo conoció.
Vino a su casa, y los suyos no lo recibieron.
Pero a cuantos lo recibieron, les dio poder de ser hijos de Dios, a los que creen en su nombre.
Estos no han nacido de sangre, ni de deseo de carne,
ni de deseo de varón, sino que han nacido de Dios.
Y el Verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria como del Unigénito del Padre, lleno de gracia y de verdad.
Juan da testimonio de él y grita diciendo:
«Este es de quien dije: el que viene detrás de mí se ha puesto delante de mí, porque existía antes que yo».
Pues de su plenitud todos hemos recibido, gracia tras gracia.
Porque la ley se dio por medio de Moisés, la gracia y la verdad nos ha llegado por medio de Jesucristo.
A Dios nadie lo ha visto jamás: Dios Unigénito, que está en el seno del Padre, es quien lo ha dado a conocer.


La luz brilla en la tiniebla

 

La luz brilla en la tiniebla

Celebrar el aniversario de un nacimiento siempre es una alegría. Si, además, celebramos el de quien es para los cristianos el personaje más importante de la historia de la humanidad, hay más motivo aún para alegrarse.

Ciertamente, no podemos saber con exactitud la fecha del nacimiento de Jesucristo. Lo que sabemos es que los primeros cristianos aplican a este nacimiento la fiesta romana del “solis invicti”, cuando el sol supera las noches tenebrosas más largas del año y poco a poco va inundando la tierra con la alegría y esperanza de su amanecer victorioso. Y aquellos primeros creyentes coincidieron en que la presencia del Verbo encarnado fue una aurora de esperanza y salvación como su nombre, Jesús, significa: Dios salva. También sabemos que esta aurora iluminó la historia de la humanidad, cumpliendo una promesa de Dios mantenida desde los primeros patriarcas hasta los últimos profetas.

Juan, el evangelista, introduce la buena nueva de Jesucristo con este poético prólogo, cargado de simbolismo. Entre otros elementos, emplea el binomio luz-tinieblas para llevarnos a descubrir el sentido de la Navidad. Jesucristo es para él la luz que brilla en la tiniebla. Esa tiniebla que se cernía sobre María y José en búsqueda de un lugar donde alojarse para el parto, la que se encontraron los pastores velando al raso, la de aquellos magos de oriente atravesando los desiertos, es la tiniebla que en muchas ocasiones nos envuelve a los seres humanos. Porque la luz, nos dice el evangelio, brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

Hoy son muchas las personas que se aprestan a vivir la Navidad en la más absoluta de las oscuridades. ¿Cómo hablar de luz en los gélidos campos de Ucrania? ¿Qué brillo se puede divisar en los hogares rotos, en las personas solas, en los parados sin esperanza, en los corazones cegados por el odio? Pero… aun así, la Navidad vuelve. De nuevo el 25 de diciembre nos despierta de nuestro letargo. Una vez más, Dios se hace el encontradizo. Y a nosotros, como al otro Juan, el Bautista, nos toca ser testigos de la luz. Pero solamente aquel que ha visto puede dar testimonio. ¿Qué hemos visto nosotros? O, mejor dicho, ¿en qué si fijan nuestros ojos? ¿En la luz o en las tinieblas? ¿En el rencor, el odio, la mentira, el egoísmo? ¿O en la esperanza, la bondad, la belleza, la fe, la justicia, la paz?

En este día de Navidad podemos volver a afirmar que hay vida más allá de nuestras oscuridades, y no por nuestra voluntad, tantas veces frágil, sino por la voluntad de Dios, encarnado en la fragilidad de un niño nacido en el rincón más humilde y remoto de la historia. Vayamos a su encuentro, como los humildes pastores, adorémosle y, después, demos testimonio con nuestras vidas de lo que hemos visto y oído: el Hijo de Dios, el Salvador, está entre nosotros, y su Reino ya ha sido inaugurado.

En nuestras fiestas de cumpleaños acostumbramos a encender velas sobre las tartas, tantas como años se cumplen. En el caso de Jesús, son miles de velas las que hoy podemos encender. Dios ya las ha prendido, en el cielo infinito de la noche y sus estrellas. Ahí, titilando, humildes y sencillas en el firmamento, nos hablan de un acontecimiento único e irrepetible. Dios hablando, Dios acampando entre nosotros. Así que, con sencillez, pero de verdad… ¡Feliz Navidad!