Santa María, Madre de Dios

Escrito el 01/01/2023
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: On love. Keys of moon

En aquel tiempo, los pastores fueron corriendo hacia Belén y encontraron a María y a José, y al niño acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que se les había dicho de aquel niño.
Todos los que lo oían se admiraban de lo que les habían dicho los pastores. María, por su parte, conservaba todas estas cosas, meditándolas en su corazón.
Y se volvieron los pastores dando gloria y alabanza a Dios por todo lo que habían oído y visto, conforme a lo que se les había dicho.
Cuando se cumplieron los ocho días para circuncidar al niño, le pusieron por nombre Jesús, como lo había llamado el ángel antes de su concepción.


Acoger en el corazón

 

Encontraron a María, a José y al Niño. Al comenzar este nuevo año el evangelio nos devuelve a la noche de Navidad. Si el 25 los pastores oían de los ángeles lo que hacía Dios al nacer, ocho días después la mirada de los pastores se centra en lo que la humanidad hace, en lo que María hace siendo madre. Ambas acciones caminan parejas, pero mientras una está al alcance de Dios que se hace hombre, la otra, la de María, está a alcance de todos nosotros: acoger la obra de Dios en nosotros.

Hay una maternidad que gesta la vida naciente, pero hay otra maternidad que acoge la vida. Las dos maternidades cuidan, nutren y protegen. Pero la madre gestante se ocupa de algo dentro de ella mientras que la otra maternidad se ejerce con algo externo. Esta es una maternidad que acoge y hace propio lo externo. Y así es la maternidad de la iglesia y así es la maternidad de María con nosotros.

Ser Madre de Dios no puede ser “gestar a Dios”, ya que Dios es anterior a María. Pero sí es acoger como propio todo lo que es de Dios. Hacerse “gestante” del proyecto que Dios ha puesto ante ella: cuidar ese proyecto y desarrollarlo. Nace fuera de ella pero deja que entre en ella.

Cuando los pastores se encuentran con la señal que les dio el ángel, con un niño entre pañales, probablemente pronunciarían comentarios exagerados sobre lo que el niño era o lo que el niño iba a ser. Hay mucho trecho desde ese pesebre de Belén hasta un trono en Jerusalén y mucho más trecho hasta el modelo de rey que el niño podría llegar a ser. Las palabras de los pastores podrían confundir, sus interpretaciones del anuncio del ángel. Pero María todas esas palabras las guarda en el corazón, las presenta en un diálogo íntimo con Dios para escrutarlas con su Espíritu, para amoldar su razón y sus sentidos, para que su Espíritu haga lo que Dios quiere. Se hace sierva y de ese modo se hace fiel instrumento de la salvación.

Acoge en el corazón para evitar confundirse con los buenos deseos de los pastores, sus exageraciones, sus fantasías o sus miedos. Es en el corazón donde un reconoce el verdadero valor de las cosas y donde uno puede encontrar la santa libertad de elegir las cosas que verdaderamente amamos y no dejarnos arrastrar por las cosas que los demás nos imponen. María sabe que su hijo es Hijo de Dios, y no tienen ninguna duda de ello. Pero la forma concreta como vivir esta vida de hijos de Dios hay que descubrirla. Y quizás María no llegaba a contemplar todas las maravillas de esta vida nueva, no todas o al menos no todas la principio del camino.

Así que conserva en el corazón esas palabras para irlas repasando según el niño creca. Cuando el niño crece, entonces se comienzan a comprender las palabras. Llamamos a Maria Madre de Dios, por lo que Dios hizo naciendo, pero es madre ante todo por dejar que Dios haga en ella las cosas como Dios sabe, y no como a los pastores parecía.

¿Qué diríamos nosotros hoy del Niño? En positivo o negativo quizás exageramos o quizás proyectamos nuestras propias ansias. Dejemos que sea el corazón quien nos corrija y guardemos en él todo lo que deseamos de Dios, hasta el momento en que El vaya desarrollando su obra: la que nos es cómoda o también la que nos impulsa a volar más altos o más libres