Miércoles de ceniza

Escrito el 22/02/2023
Agustinos


Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Ixcis. Morir, abrazando la noche

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidad de no practicar vuestra justicia delante de los hombres para ser vistos por ellos; de lo contrario no tenéis recompensa de vuestro Padre celestial.
Por tanto, cuando hagas limosna, no mandes tocar la trompeta ante ti, como hacen los hipócritas en las sinagogas y por las calles para ser honrados por la gente; en verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando hagas limosna, que no sepa tu mano izquierda lo que hace tu derecha; así tu limosna quedará en secreto y tu Padre, que ve en lo secreto, te recompensará.
Cuando oréis, no seáis como los hipócritas, a quienes les gusta orar de pie en las sinagogas y en las esquinas de las plazas, para que los vean los hombres. En verdad os digo que ya han recibido su recompensa.
Tú, en cambio, cuando ores, entra en tu cuarto, cierra la puerta y ora a tu Padre, que está en lo secreto, y tu Padre, que ve en lo secreto, te lo recompensará.
Cuando ayunéis, no pongáis cara triste, como los hipócritas que desfiguran sus rostros para hacer ver a los hombres que ayunan. En verdad os digo que ya han recibido su paga.
Tú, en cambio, cuando ayunes, perfúmate la cabeza y lávate la cara, para que tu ayuno lo note, no los hombres, sino tu Padre, que está en lo escondido; y tu Padre, que ve en lo escondido, te recompensará».


Justicia frente a hipocresía

Una de las grandes tentaciones que todo ser humano tiene es la de exhibir ante los demás sus buenas obras, sus éxitos y sus méritos. Parece que si uno no presume ante los demás de aquello que ha hecho bien, ese bien ya no lo es tanto. El pórtico de entrada a la Cuaresma que atravesamos hoy nos pone en alerta ante esa suerte de exhibicionismo religioso, según el cual no basta sólo con ser bueno, sino que hay que mostrárselo a todos e, incluso, demostrar cómo somos los mejores. Todo esto conlleva muchos riesgos, que pueden desfigurar el auténtico camino de conversión que se nos propone y dejarlo reducido a una serie de prácticas externas que no afecten a los cimientos de nuestra existencia.

El pasaje evangélico que se nos propone en este Miércoles de Ceniza muestra los tres elementos clásicos que simbolizan la cuaresma: la limosna, la oración y el ayuno. Hablamos de símbolos, es decir, elementos visibles que representan una idea más profunda. El riesgo está en creernos que el símbolo es el todo, haciendo de la Cuaresma un tiempo de prácticas externas sin más: “ayuno (o me abstengo de comer carne) los días señalados, rezo (como si la oración fuera algo de una época sin más) y doy algo a los pobres y con eso he «cumplido» con la Cuaresma”. Estaremos acallando nuestras conciencias, pero eso tiene poco valor en sí mismo, si no es signo de un proceso de conversión más profundo. Suele suceder, además, que quien se queda en lo superficial (el cumplimiento), tiene la tendencia a exhibirlo, como decíamos al principio, para darle más valor. Como nos dice el Evangelio, pura hipocresía.

Limosna, oración y ayuno representan tres dimensiones que van mucho más allá de las prácticas puntuales. Jesús nos invita a vivir la Cuaresma como un entrenamiento para la vida, en la cual estamos llamados a desenvolvernos:

  • Con desprendimiento, evitando el apego a las cosas materiales, que no son malas en sí mismas, pero que hay que colocar en su justo lugar para que no se apodere de nosotros el deseo de tener y no se nos olvide que hay muchas personas que sufren graves carencias materiales.
  • Con mística, es decir, con una clara referencia al “misterio de Dios” que habita en nosotros y con el que estamos llamados a establecer una relación cercana y fluida, pasando de una oración rutinaria y repetitiva a un auténtico diálogo de confianza.
  • Con ascética, o lo que es lo mismo, sabiendo que todo lo valioso en la vida tiene su precio y que, aunque en el tiempo presente palabras como sacrificio, esfuerzo o compromiso suenen a obsoletas, solamente la persona que sabe aplicarlas a su existencia acaba dotando a esta de sentido.

Comenzaba Jesús hablando de “practicar la justicia”. En última instancia, ese es el objetivo: convertirnos en personas justas, porque el Reino de Dios es eso y no otra cosa y estos cuarenta días que ahora tenemos por delante son una oportunidad para guiar nuestros pasos por las sendas de la justicia. Y ese es el mejor antídoto contra la hipocresía.

Por último, recordemos lo que insistentemente nos recuerda el Señor: “tu Padre ve en lo secreto”. No lo tomemos como una amenaza, pues Dios no es un guardián controlador que se esconde por las esquinas para pillarnos “in fraganti”. Más bien comprendamos que Dios, en lo más profundo de nuestro ser, donde habita, nos abre a partir de estos medios simbólicos que se nos proponen a entrar en la dinámica de su Reino y ser, así, artífices de su justicia. Feliz y santa Cuaresma.