Miércoles Santo

Escrito el 05/04/2023
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra,  OSA
Música: Autum prelude

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
«¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».
Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.
El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».
Él contestó:
«Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle:
“El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».
Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.
Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
«En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».
Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
«¿Soy yo acaso, Señor?».
Él respondió:
«El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».
Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
«¿Soy yo acaso, Maestro?».
Él respondió:
«Tú lo has dicho».


¿Seré yo, Señor?            

¿Seré yo? Jesús va pasando la mirada de discípulo en discípulo y cada uno de los apóstoles se ve reflejado en esa mirada y en esa advertencia “uno de vosotros me va a entregar”. Esa silenciosa mirada es elocuente. Jesús calla, pero el corazón de cada discípulo habla. Es como si la mirada y la advertencia encendieran una luz que ilumina lo más escondido de nuestros deseos y de nuestros miedos, como si resonara dentro de mi corazón esa pregunta ¿Le voy a traicionar? Y en el silencioso eco del corazón resuena una admisión de responsabilidad y de culpa. Tantas veces lo hemos traicionado, lo hemos negado. ¿Seré yo, Señor?

Fíjate bien en la pregunta, no sea que te confundas en la respuesta. “Uno de vosotros me va a entregar” y deja que los alumnos aventajados te ayuden con la respuesta. Aprende de los que han recorrido el camino antes que tú, de los que dejaron las redes y el banco de los impuestos para caminar detrás de él. ¿Seré yo, Señor? Claro que sí, Pedro, claro que sí, Mateo, claro que sí Juan. Tú entregarás al Señor. Entregarás al Señor que perdona los pecados, entregarás al Señor que levanta a los caídos, entregarás al Señor que se hace pan para un pueblo hambriento. En tu enseñanza, en tus gestos, en tu vida, entregarás al Señor a los que son esclavos de sus pecados.

¿Y Judas? Aprende también del discípulo que no aprendió bien la enseñanza. Vino buscando un señor que gobernara su reino, un señor que expulsara a sus enemigos, un señor que le diera tierra y casa y sólo encontró un maestro que le abría un camino hacia la patria. Entregó lo que encontró. Los otros discípulos buscaban un maestro y encontraron un Señor. Cada uno encuentra lo que busca. Todos dejaron la patria y la redes, uno para que se las multiplicaran, redes y patria, los otros para heredar otra red y otra patria. Cada uno entrega lo que encuentra: un Maestro o el Señor.

La mirada de Jesús, discípulo a discípulo, pone luz en el corazón, y pone respuesta a esa pregunta tan querida al corazón de Dios, y tan profunda en nuestro corazón, ¿Quién es Dios para mí? Después del camino de la cuaresma, a tres días de ponernos ante la calidez de la mesa, la desnudez de la cruz, la frialdad del sepulcro, la mirada de Jesús despierta en nosotros la respuesta a la esa pregunta en la que San Agustín centraba toda la identidad del hombre

“¿Qué es lo que eres para mí? Apiádate de mí para que te lo pueda decir.¡Ay de mí! Dime por tus misericordias, Señor y Dios mío, qué eres para mí. Di a mi alma: «Yo soy tu salud». Dilo de forma que yo lo oiga. Los oídos de mi corazón están ante ti, Señor; ábrelos y di a mi alma: «Yo soy tu salud». Que yo corra tras esta voz y te dé alcance. No quieras esconderme tu rostro. Muera yo para que no muera y pueda así verte (Conf I,V,5)