Miércoles de la octava de Pascua

Escrito el 12/04/2023
Agustinos


Texto: Ángel Andújar,  OSA
Música: Autum prelude

Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana la sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria».
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.


Reconocer al Señor para ser testigos

Estamos ante uno de los textos más emblemáticos de la Palabra de Dios y, por tanto, de la vida cristiana: este precioso relato de Emaús es una magnífica catequesis de lo que supone encontrarse con Jesús resucitado y vivir en su seguimiento.

Quedémonos con las ideas centrales de esta historia: ¿dónde descubren al Señor? Lo que hace que a estos dos peregrinos les arda el corazón es, en primer lugar, la escucha atenta del Señor cuando les explica las Escrituras. Quizá ahí está el primero de los elementos fundamentales para vivir de la fe: la escucha atenta y la comprensión de la Palabra de Dios. Nunca nos cansaremos de decir lo importante que es el trato cotidiano con los textos bíblicos, leyéndolos cada día, meditándolos y tratando de escudriñar cuanto nos dicen acerca de nuestra propia existencia. Lo que ahora estamos haciendo, queridos lectores y escuchantes de esta APP, es precisamente eso: convertir el encuentro con la Palabra en algo cotidiano, pues ahí el Señor prenderá nuestro corazón para que comencemos a caminar tras sus huellas.

Y hay un segundo momento en el que a los caminantes a Emaús se les manifiesta la presencia del resucitado: cuando, sentados a la mesa, parte para ellos el pan. Esta segunda manifestación tiene muchas dimensiones, todas las cuales deben ser tenidas en cuenta.

Por una parte, está la dimensión eucarística. Cuando Jesús pronuncia la bendición, parte el pan y se lo reparte nos está recordando la Última Cena, en la que se queda para siempre con nosotros y se nos regala en el sacramento de la Eucaristía. Por ello cada vez que nos reunimos en torno a su mesa, al igual que aquellos discípulos, el Señor nos está alimentando con su Cuerpo y su Sangre, manifestándose su presencia de un modo singular y sin igual.

Pero, por otra parte, en aquella mesa también se da la manifestación del Señor en la comunidad. Aquellos peregrinos se sienten en comunión entre sí a través de Jesús. La comunidad se vuelve así en signo de la presencia del resucitado. De hecho, no olvidemos que todos los relatos pascuales nos hablan de la manifestación del Señor al grupo reunido en su nombre. También nosotros, cuando nos reunimos como iglesia, estamos descubriendo y revelando la presencia del Señor resucitado. La fe no se puede vivir por libre, es comunitaria y se alimenta en comunidad.

Y, por último, esta manifestación del Señor tiene una clara dimensión de compromiso: Jesús parte para ellos el pan. Se da, se regala, e invita a hacer lo mismo (haced esto en memoria mía). Por tanto, Él se manifiesta cada vez que un cristiano parte y reparte el pan o, lo que es lo mismo, cuando nos regalamos, nos donamos, salimos de nuestros egoísmos, somos capaces de ponernos en la piel de la otra persona, especialmente si sufre, pasa hambre o está sola. El Señor resucitado está ahí, en los caminos de la vida, donde los peregrinos de la existencia buscan un sentido y lo hallan cada vez que un discípulo da lo mejor de sí, como el Señor resucitado se nos ha regalado a todos y cada uno.