Miércoles II de Pascua

Escrito el 19/04/2023
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra,  OSA
Música: Autum prelude

Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.
Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.
Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.
En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios.


Prefirieron las tinieblas

Prefirieron las tinieblas a la luz. La elección podría parecer sencilla, los hombres estamos hechos para vivir a la luz del sol, de día, viendo las cosas tal y como son y no como apariencias. Y sin embargo, algunas de las obras que hacemos casi mejor que no se vean. La oscuridad nos permite vivir en nuestras mentiras, en las apariencias, actuando según nuestra conveniencia y no según nuestros principios. Al final nuestras acciones terminan empujándonos a preferir la tiniebla a la luz.

Ante esta oscuridad que va contagiando a la humanidad todos hemos pensado en alguna ocasión que la única solución es una acción terrible de Dios. Los profetas habían mirado esa solución: acabar con las tinieblas y comenzar de nuevo. Ese juicio de Dios pondría cada cosa en su sitio y desterraría definitivamente las tinieblas.

¿Qué hace el Padre? Nosotros nos resignamos, pero Él entrega al Hijo a las tinieblas. Pone la luz en las tinieblas, para que disipe las sombras y así los hombres puedan reconocerse tal y como son. Porque en las tinieblas, nuestros rostros apenas son sombras y la imagen de Dios en nosotros casi es irreconocible. Pero cuando el Resucitado se hace presente, en la mirada de Unigénito, podemos recuperar nuestra identidad de hijos de Dios.

La temida expectativa de la condena queda sustituida por una acción de Dios que se mantiene fiel a su identidad de Padre al margen de las elecciones que los hombre tomamos. Entregó a su Unigénito en manos del resto de sus hijos, sin resignarse a que las tinieblas le lleven a traicionar su identidad de Padre. Padre fiel ante los hijos infieles. Un Padre que cree en los hombres incluso cuando los hombres dejan de creer en él.

Ocultamos nuestras obras y nuestra infidelidades en las tinieblas, pero el Hijo de Dios viene a nosotros para llamarnos otra vez hijos de Dios. Y aquí consiste el auténtico juicio de la humanidad, la auténtica distinción entre la luz y la oscuridad, aceptar la identidad de hijos de Dios o preferir ocultarnos en las sombras. Quien acepta la palaba del Hijo, quien se une a él en el bautismo y acepta ser hijo con el Unigénito ya no conoce el juicio, porque ha recuperado su auténtica identidad.