En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Cuidado con los profetas falsos; se acercan con piel de oveja, pero por dentro son lobos rapaces.
Por sus frutos los conoceréis. ¿Acaso se cosechan uvas de las zarzas o higos de los cardos? Así, todo árbol sano da frutos buenos; pero el árbol dañado da frutos malos. Un árbol sano no puede dar frutos malos, ni un árbol dañado dar frutos buenos. El árbol que no da fruto bueno se tala y se echa al fuego. Es decir, que por sus frutos los conoceréis».
Nos toca preguntarnos
Resuena con fuerza en nuestra vida actual esta denuncia – advertencia de Jesús sobre los profetas falsos. Lo digo porque, si siempre ha podido ser así, parece que en estos tiempos nuestros nos gusta que nos alaguen los oídos, que nos digan lo bien que hacemos las cosas, que – como se suele decir- nos “soben el lomo”. Nos sentimos bien con eso; y es normal. Lo llamativo es que lo sigamos apeteciendo aún cuando no responsa a la realidad de los hechos; es decir, sin motivo verdadero. Quizás responsa a nuestra necesidad de sentirnos realizados tan ensalzada hoy. Es sin duda importante, pero no a consta de la verdad, a riesgo de ser una realización personal falsa.
La advertencia de Jesús en el Evangelio se centra en que hay alguien, “alguienes”, lobos rapaces con piel de oveja, falsos profetas, que se aprovechan de esa dinámica en favor propio… árboles malos que dan fruto, pero fruto para ellos. Es el rédito de la propuesta de caminos fáciles y anchos. Es un anuncio con buena acogida, pero que no casa bien con el anuncio del reino. Todos nos podemos inclinar a remar siempre a favor de corriente y entre aplausos. Y desde muchos ámbitos se nos venden esos senderos.
Nos toca preguntarnos si nosotros somos de los que profetizamos así y/o de los que nos sumamos a seguir esas profecías… Jesús nos invita a mirar los frutos… ¿Son frutos de Reino? ¿Justicia, paz, verdad, libertad, amor…? Ahí está el criterio para conocer a los falsos profetas y discernir también nuestras profecías.