Texto: José María Martín, OSA
Música: Autum prelude
En aquel tiempo, Jesús propuso otra parábola a la gente diciendo:
«El reino de los cielos se parece a un hombre que sembró buena semilla en su campo; pero, mientras los hombres dormían, un enemigo fue y sembró cizaña en medio del trigo y se marchó. Cuando empezaba a verdear y se formaba la espiga apareció también la cizaña. Entonces fueron los criados a decirle al amo:
“Señor, ¿no sembraste buena semilla en tu campo? ¿De dónde sale la cizaña?”.
Él les dijo:
“Un enemigo lo ha hecho”.
Los criados le preguntan:
“¿Quieres que vayamos a arrancarla?”.
Pero él les respondió:
“No, que al recoger la cizaña podéis arrancar también el trigo. Dejadlos crecer juntos hasta la siega y cuando llegue la siega diré a los segadores: arrancad primero la cizaña y atadla en gavillas para quemarla, y el trigo almacenadlo en mi granero”».
La paciencia y la misericordia de Dios
Frecuentemente dividimos el mundo en dos clases de personas: los buenos y los malos, como en las películas del oeste. Esto no es así, Dios no lo ve así.
No somos jueces de nadie. La “parábola del trigo y la cizaña” nos invita a no precipitarnos. No nos toca a nosotros juzgar a cada individuo. Menos aún, excluir y excomulgar a quienes no se identifican con nuestra forma de vivir.
El evangelio de hoy nos habla de la misericordia y de la paciencia de Dios. Seamos tolerantes, como Dios lo es con nosotros. No es lícito anticipar el juicio como si estuviéramos ya en posesión de la verdad. Debemos ser conscientes, por otra parte, de que la mezcla del trigo y la cizaña no se realiza solamente en el espacio de la comunidad, sino también en cada uno de nosotros. El bien y el mal están muy repartidos. Esto tiene sus consecuencias. Si es verdad que no debemos juzgar a los otros, no lo es menos que cada cual debe cuidar su propio campo y someterlo constantemente a examen y a limpieza con la ayuda de la palabra de Dios. También en cada uno de nosotros hay “cizaña” que debe desaparecer. En la medida en que cada uno de nosotros seamos más críticos y responsables con nosotros mismos, seremos más comprensivos con la conducta de los demás.
“Sólo Dios conoce a los suyos”, escribió san Agustín. Debemos reconocer “los tiempos de Dios” –que no son los nuestros- y también “la mirada de Dios”. No se trata de acallar nuestra conciencia crítica, sino de saber asumir nuestra propia responsabilidad con lucidez, sin ver siempre en los demás “cizaña” que hay que arrancar y en nosotros “trigo limpio” que hay que respetar.
Seamos tolerantes, como Dios lo es con nosotros, como expresa San Agustín: “Tolera, para eso has nacido. Tolera, pues tal vez eres tolerado tú. Si siempre fuiste bueno, ten misericordia; si alguna vez fuiste malo, no lo olvides. ¿Y quién es siempre bueno? Si Dios te examinara atentamente, más fácilmente descubriría una maldad presente que esa bondad perenne que te atribuyes. Por lo tanto, ha de tolerarse la cizaña en medio del trigo”. (San Agustín)