Domingo XVII Tiempo Ordinario

Escrito el 30/07/2023
Agustinos


Texto: Javier Antolín,  OSA
Música: Autum prelude

En aquel tiempo, dijo Jesús a la gente:
«El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo: el que lo encuentra, lo vuelve a esconder y, lleno de alegría, va a vender todo lo que tiene y compra el campo. El reino de los cielos se parece también a un comerciante de perlas finas, que al encontrar una de gran valor se va a vender todo lo que tiene y la compra.
El reino de los cielos se parece también a la red que echan en el mar y recoge toda clase de peces: cuando está llena, la arrastran a la orilla, se sientan y reúnen los buenos en cestos y los malos los tiran.
Lo mismo sucederá al final de los tiempos: saldrán los ángeles, separarán a los malos de los buenos y los echarán al horno de fuego. Allí será el llanto y el rechinar de dientes.
¿Habéis entendido todo esto?».
Ellos le responden:
«Sí».
Él les dijo:
«Pues bien, un escriba que se ha hecho discípulo del reino de los cielos es como un padre de familia que va sacando de su tesoro lo nuevo y lo antiguo».


¿Dónde está nuestro tesoro?

En el Evangelio de hoy se nos presentan tres parábolas, dos muy semejantes, la del tesoro escondido y la de la perla preciosa. El tesoro lo encuentra un agricultor en el campo sin buscarlo y, en cambio, el mercader busca perlas preciosas y encuentra una muy valiosa. El agricultor se sorprende pues no busca el tesoro y lo encuentra de manera fortuita por eso la alegría es inmensa por el encuentro de algo imprevisto, el mercader que se dedica a comprar y vender también se alegra pues ha encontrado una perla que tiene un gran valor.

Así es el Reino de Dios, cuando uno lo encuentra, se llena de alegría y ya no puede vivir sin hacer algo por conseguirlo, por lo que se produce un cambio total en la vida. Pues, como hemos escuchado, el agricultor vende todo lo que tiene para comprar ese campo donde se encuentra el tesoro, y el mercader vende lo que tiene para adquirir la que tiene más valor. No quiere decir que las demás cosas no tengan valor, pero ha encontrado la que tiene mayor valor y, por eso, está dispuesto a hacer todo lo posible para adquirirla. Ante el tesoro o la perla uno no puede mostrarse indiferente, pues es tal la alegría que tiene que hacer lo indecible para conseguirla.

Tenemos que preguntarnos ¿Dónde está nuestro tesoro? ¿Lo hemos encontrado o seguimos buscando? ¿Qué estamos dispuestos a hacer para adquirirlo? ¿Somos capaces de dejar y vender todo lo que tenemos por el Reino de Dios? ¿El hallazgo del Reino es un tesoro que nos llena de una alegría desbordante? ¿Vivimos la alegría por el encuentro y comunicamos el gozo a los que nos rodean?