Miércoles XV Tiempo Ordinario

Escrito el 19/07/2023
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra,  OSA
Música: Autum prelude

En aquel tiempo, tomó la palabra Jesús y dijo:
«Te doy gracias, Padre, Señor de cielo y tierra, porque has escondido estas cosas a los sabios y entendidos y se las has revelado a los pequeños. Si, Padre, así te ha parecido bien.

Todo me ha sido entregado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo más que el Padre, y nadie conoce al Padre sino el Hijo, y aquel a quien el Hijo se lo quiera revelar».


Escondido a los sabios

Dios ha escondido sus cosas a los sabios y entendidos. La afirmación de Jesús parecería una contradicción toda vez que continuamente los hombres recurrimos a especialistas en las cosas de Dios para que nos iluminen sobre el sentido de la vida y la voluntad que Dios tiene sobre nosotros. Siempre andamos buscando por ahí chamanes, gurús, yoguis, santones, profetas, videntes, maestros, guías, en definitiva, expertos en Dios que nos pongan luz en las complicaciones de cada día. Y es verdad que los hombres hemos escrito centenares de reflexiones sobre Dios y que para comprenderlas a veces se requiere mucho estudio. ¡Cuántas páginas de la Biblia se nos hacen incomprensibles si no nos las explica un erudito!

Pero si prestamos atención, todas esas cosas tan complejas no son el centro de lo que es Dios, de la relación de Dios con el hombre. En este capítulo 11 del evangelio de Mateo Jesús se queja de que las grandes ciudades como Betsaida, Corozaín, Cafarnaum, le den la espalda mientras que la gente de las aldeas sí pueda acogerle. ¿Por qué? Pues porque era un hombre demasiado normal, demasiado vulgar. Porque proponía una presencia de Dios en las cosas demasiado cotidianas, en el pan y en el vino, en comer juntos y en estar juntos. Y los sabios y entendidos saben bien que las cosas de Dios tienen que ser mucho más elevadas que las vulgares cosas de los hombres.

Los sabios y entendidos, los importantes, saben que si se mezclan con gente ignorante pueden perder su estatus, rebajar su categoría social, mientras que la gente humilde desconoce esa falsa creencia social. Cuando dos personas se sientan juntas sólo pueden enriquecerse una a la otra. Disfrutar la una de la otra. ¿Pero cómo va a disfrutar Dios de estar con nosotros? ¿Cómo va a dejarse Dios cuidar por nosotros? ¿Cómo va a alegrarse Dios por estar con nosotros? Los sabios y entendidos no lo pueden comprender ¿Cómo va Dios a amarnos, siendo Dios todo lo que es Dios?

Sólo los humildes y sencillos, los que no tienen prejuicio de sentarse con cualquiera, de compartir el pan con cualquiera, sólo esos pueden descubrir a un Dios que se sienta a compartir la vida con el hombre, un Dios que de nosotros quiso “asumir lo que no era y permaneció siendo lo que era” (Serm 184,1)