Transfiguración del Señor

Escrito el 06/08/2023
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra,  OSA
Música: Autum prelude

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto.

Se transfiguró delante de ellos, y su rostro resplandecía como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz.

De repente se les aparecieron Moisés y Elías conversando con él.

Pedro, entonces, tomó la palabra y dijo a Jesús:
«Señor, ¡qué bueno es que estemos aquí! Si quieres, haré tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías».

Todavía estaba hablando cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra, y una voz desde la nube decía:
«Este es mi Hijo, el amado, en quien me complazco. Escuchadlo».

Al oírlo, los discípulos cayeron de bruces, llenos de espanto.

Jesús se acercó y, tocándolos, les dijo:
«Levantaos, no temáis».

Al alzar los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús, solo.

Cuando bajaban del monte, Jesús les mandó:
«No contéis a nadie la visión hasta que el Hijo del hombre resucite de entre los muertos».


Una transfiguración desde el "Monte da Graça"

Cuando uno se encuentra en la cima de la colina del Tabor y mira a su alrededor ve una llanura fértil llena de vida, su nombre, Yizreel, significa “Dios Siembra”. Al ver los campos, ese manto de colores enmarcado por un cielo azul y claro, al ver ese horizonte de belleza y serenidad es muy fácil entender que Dios siembra su bondad sobre la tierra y sobre los hombres. Como si esos campos, ese horizonte, ese cielo nos permitieran tocar la bondad de Dios que cada día tratamos de palpar a tientas entre el bullicio cotidiano. Y no hace falta viajar a Galilea, al Tabor para verlo así. Basta salir del bullicio, de la prisa, del agobio.

Allí en el monte Pedro, Santiago y Juan contemplaron la Gloria de Dios en los vestidos de un hombre. Vieron a Jesús vestido de lo que realmente es: Vestido de Hijo de Dios. Lo habían visto muchas veces, pero sólo esta lo vieron de verdad. El monte les enseñó a mirar. Es como sí el monte les limpiara la mirada. ¿Y para qué se la limpia? Para que vean en Jesús al Hijo de Dios, vaya vestido como vaya vestido. Hoy le ven vestido de blanco reluciente, pero tendrán que mirarlo desnudo. Hoy lo ven admirado por Moisés y Elías, pero tendrán que mirarlo despreciado por sacerdotes y profetas. Mirar al hombre, a todo hombre y reconocer el rostro del Hijo de Dios. ¡Esa es la mirada que Jesús enseña a Pedro, a Santiago y a Juan!

Por eso esta mañana yo no estoy contemplando la maravilla de Dios en la humanidad desde un monte tranquilo sino desde la llanura del parque Tejo, en medio de una vorágine de gente, en medio del jaleo que suponen dos millones de personas celebrando la eucaristía junto al Papa, al sucesor de Pedro, pero no en la montaña sino a nivel del mar. Después de una semana muy cansada, con muchos pequeños problemas humanos que resolver, incómodos, peregrinos sin saber dónde dormir pero siempre con techo, a veces teniendo que esperar para poder comer pero nunca hambrientos, fuera de la patria pero acogidos como hermanos. Mirándonos y sintiéndonos mirados como hermanos, como cristianos, como otros cristos. Vestidos como mendigos y tratados como hijos.

Con una mirada nueva que ve más allá del caos, de jaleo, del desorden, del calor y el cansancio y descubre la mano de Dios precisamente porque en ese caos y cansancio nos hemos hecho mano de Dios. Miramos como Cristo porque miramos donde mira Cristo, que hoy nos dice de nuevo lo que le dijo a Pedro. Él quería quedarse cómodo en la montaña pero Jesús le dijo  «Desciende a fatigarte en la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la tierra. Descendió la Vida para encontrar la muerte; bajó el Pan para sentir hambre; bajó el Camino para cansarse en el trayecto; descendió el Manantial para tener sed, y ¿rehúsas fatigarte tú? No busques tus cosas. Ten caridad, predica la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad» Serm 78.

Subiste para aprender a ver, desciende para mirar y tocar.