Miércoles XX Tiempo Ordinario

Escrito el 23/08/2023
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra,  OSA
Música: Autum prelude

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«El reino de los cielos se parece a un propietario que al amanecer salió a contratar jornaleros para su viña. Después de ajustarse con ellos en un denario por jornada, los mandó a la viña.

Salió otra vez a media mañana, vio a otros que estaban en la plaza sin trabajo, y les dijo:
“Id también vosotros a mi viña, y os pagaré lo debido”.

Ellos fueron.

Salió de nuevo hacia mediodía y a media tarde, e hizo lo mismo.

Salió al caer la tarde y encontró a otros, parados, y les dijo:
"¿Cómo es que estáis aquí el día entero sin trabajar?”.

Le respondieron:
“Nadie nos ha contratado”.

Él les dijo:
“Id también vosotros a mi viña”.

Cuando oscureció, el dueño dijo al capataz:
“Llama a los jornaleros y págales el jornal, empezando por los últimos y acabando por los primeros”.

Vinieron los del atardecer y recibieron un denario cada uno.

Cuando llegaron los primeros, pensaban que recibirían más, pero ellos también recibieron un denario cada uno. Al recibirlo se pusieron a protestar contra el amo:
“Estos últimos han trabajado solo una hora y los has tratado igual que a nosotros, que hemos aguantado el peso del día y el bochorno”.

Él replicó a uno de ellos:
“Amigo, no te hago ninguna injusticia. ¿No nos ajustamos en un denario? Toma lo tuyo y vete. Quiero darle a este último igual que a ti. ¿Es que no tengo libertad para hacer lo que quiera en mis asuntos? ¿O vas a tener tú envidia porque yo soy bueno?”.
Así, los últimos serán los primeros y los primeros los últimos».


¿Envidia por la bondad de Dios?

El Reino de los cielos se parece a un propietario que da trabajo, que permite a cada uno desarrollar sus capacidades, cuidar de su familia y transformar con su trabajo la creación para convertirla en un hogar para todos. Y en la parábola de hoy se presenta una de las amenazas más graves a nuestra humanidad, una vez que en nuestra sociedad occidental hemos erradicado el hambre y tenemos controlada la enfermedad; pero la falta de trabajo proyecta una sombra que amenaza con desfigurar nuestra humanidad, situándonos en la marginalidad,  excluyéndonos de la vida social, robándonos el derecho a disfrutar de la vida, de la creación, del ocio y de la familia y condenándonos a un continuo miedo por la supervivencia.

Así que el Reino se parece a un propietario que te ofrece trabajo cuando nadie contaba contigo, que te abre el camino para que te pongas en pie y recuperes seguridad en tu mirada, puedas regresar a casa con los medios para cuidar de tu familia, pagarte un techo y poder disfrutar con los amigos dando gracias por la vida que has recibido.

Y así regresaron casi todos los trabajadores de la viña. Agradecidos y sintiendo que ese día Dios les había bendecido. Dando gracias y alabando a Dios que se ocupa de los más pobres. Con el corazón lleno de alegría, con historias que contar y con ganas de bromear con los amigos. Y se acostaron como príncipes, alegres y seguros, porque sabían a qué viña volver al día siguiente.

Casi todos. Porque los de la primera hora, los primeros en encontrar al propietario no volvieron así a casa. Marcharon contentos a la viña, tenían trabajo y el día sería productivo. Pero volvieron a casa con una amargura, con un pesar. El evangelio nos dice que “se pusieron de acuerdo” en un denario, que pagaría “lo que es justo”. Y sin embargo, al terminar la jornada, ni hay acuerdo ni hay sentimiento de justicia en el corazón de los obreros de la primera hora.

El Reino de los cielos provoca la misma amargura en los corazones que no saben acoger la bondad porque ambicionan como propio lo que es un regalo. “¿Vas a tener envidia porque yo soy bueno”, literalmente se podría traducir “tu ojo se va a volver malo porque yo soy bueno” ¿Cómo puede la bondad de Dios generar esa envidia, generar esa maldad?

El ojo que no sabe mirar, mira mal. Porque no han sabido ver a sus compañeros labradores salvados de la indigencia. Ni siquiera han sabido ver que sus compañeros les han aligerado el trabajo. Porque muchos de nuestros propietarios habrían repartido el dinero entre toda la cuadrilla. El propietario tuvo que llamar a más obreros porque los primeros no consiguieron terminar el trabajo. Y aún así, les pago lo acordado. El ojo que mira mal no sabe ver que el propietario ha sido bondadoso, mientras que los primeros obreros fueron negligentes.

Pidamos al Señor que limpie nuestro ojo de la ambición, del miedo al mañana, del temor a sobrevivir que nos hace poner la seguridad en los denarios y así podremos ver su bondad y darle gracias porque es bueno con todos, pero sobre todo porque es muy bueno con nosotros.