Domingo XXIV Tiempo Ordinario

Escrito el 17/09/2023
Agustinos


Texto: Ángel Andújar,  OSA
Música: Autum prelude

En aquel tiempo, acercándose Pedro a Jesús le preguntó:
«Señor, si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?».

Jesús le contesta:
«No te digo hasta siete veces, sino hasta setenta veces siete. Por esto, se parece el reino de los cielos a un rey que quiso ajustar las cuentas con sus criados. Al empezar a ajustarlas, le presentaron uno que debía diez mil talentos. Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él con su mujer y sus hijos y todas sus posesiones, y que pagara así. El criado, arrojándose a sus pies, le suplicaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo”.

Se compadeció el señor de aquel criado y lo dejó marchar, perdonándole la deuda.

Pero al salir, el criado aquel encontró a uno de sus compañeros que le debía cien denarios y, agarrándolo, lo estrangulaba diciendo:
“Págame lo que me debes”.

El compañero, arrojándose a sus pies, le rogaba diciendo:
“Ten paciencia conmigo y te lo pagaré”.

Pero él se negó y fue y lo metió en la cárcel hasta que pagara lo que debía.

Sus compañeros, al ver lo ocurrido, quedaron consternados y fueron a contarle a su señor todo lo sucedido.

Entonces el señor lo llamó y le dijo:
“¡Siervo malvado! Toda aquella deuda te la perdoné porque me lo rogaste ¿no debías tener tú también compasión de un compañero, como yo tuve compasión de ti?”.

Y el señor, indignado, lo entregó a los verdugos hasta que pagara toda la deuda.

Lo mismo hará con vosotros mi Padre celestial, si cada cual no perdona de corazón a su hermano».


Ponerse en la piel del otro

Parece ser que siempre es la otra persona la que falla, la que ofende, la que mete la pata, la que me hace daño. Nos resulta difícil concebir que pueda ser yo quien ha ofendido, quien ha hecho daño, quien se ha equivocado. Una vez más, el Evangelio nos pone ante la pista del perdón de las ofensas, pero en esta ocasión va más allá: no solamente se trata de aprender a perdonar a quien me ha ofendido, sino que precisamente porque yo también soy objeto de perdón por parte de otros (y, sobre todo, de Dios), tengo que saber perdonar a quien me lo pide.

La parábola que hoy nos ocupa encierra una serie de incongruencias que, por desgracia, están demasiado al cabo de la calle.

En primer lugar, Pedro parece querer cuantificar el perdón: ¿cuántas veces? Jesús le responderá que hasta setenta veces siete, es decir, siempre. El perdón no tiene límites, porque cuando se los ponemos, ya deja de ser perdón, para convertirse en objeto de cálculo o negociación.

En segundo lugar, aunque a primera vista no lo comprendamos, hay una total desproporción entre lo que le había sido perdonado al protagonista de la parábola (diez mil talentos) y lo que él no está dispuesto a perdonar a su compañero (cien denarios). Es como si dijésemos que a mí me perdonaron diez mil millones de euros, pero yo no estoy dispuesto a perdonar cien euros. La mezquindad y la falta de misericordia del personaje resultan realmente sorprendentes, pero nos hablan de algo que es real como la vida misma, viendo demasiadas motas en el ojo ajeno y ninguna viga en el propio.

Por último, esta parábola nos tiene que hacer pensar sobre algo que repetimos una y mil veces cuando rezamos el Padrenuestro, al decir al Señor: perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden. ¿Somos conscientes de lo que estamos diciendo? Estamos permitiendo a Dios que no nos perdone si nosotros no somos capaces de perdonar a quien nos hace algún mal. Quizá esto suceda porque no somos del todo conscientes de lo que supone experimentarnos infinitamente amados (y, por tanto, perdonados) por Dios. Si tomáramos conciencia de ello, de lo mucho que suponemos para Él, de cómo su misericordia hacia mí no tiene límites (como tampoco los tiene para el hermano o la hermana a quienes también ama del mismo modo), superaríamos las resistencias a perdonar al prójimo de forma incondicional.

Ciertamente, en este tema es sencillo teorizar, pero en la práctica resulta costoso, porque se pone en juego nuestro ser emocional. Tenemos que ir más allá, mirándonos en el espejo de Dios, cuya misericordia para con nosotros es infinita. ¿Creemos que vive en nosotros el amor de Dios? Si es así, creamos que estamos inclinados a ser como Dios, que es clemente, compasivo y misericordioso. Y dejemos que se abra paso en nuestros corazones esa capacidad para perdonar como Él nos ha perdonado. Feliz día del Señor.