Miércoles XXX Tiempo Ordinario. Solemnidad de Todos los Santos

Escrito el 01/11/2023
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Autum prelude

En aquel tiempo, al ver Jesús el gentío, subió al monte, se sentó y se acercaron sus discípulos; y, abriendo su boca, les enseñaba diciendo:
«Bienaventurados los pobres en el espíritu,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos,
porque ellos heredarán la tierra.
Bienaventurados los que lloran,
porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de la justicia,
porque ellos quedarán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos,
porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón,
porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados vosotros cuando os insulten y os persigan y os calumnien de cualquier modo por mi causa. Alegraos y regocijaos, porque vuestra recompensa será grande en el cielo».


Vuestra recompensa será grande

Vuestra recompensa será grande. En esta fiesta de todos los santos nuestra mirada se dirige hacia aquellos miembros de nuestra Iglesia que han terminado ese largo camino que comenzó en el bautismo y que vamos recorriendo hasta alcanzar la plenitud de la santidad y de la vida.

Celebrar juntos a todos los santos nos permite contemplar, en esta muchedumbre de incontables testigos, un reflejo de la humanidad de la que todos formamos parte. En una sociedad en la que a través de los medios de comunicación se subraya cada vez más la imagen de una humanidad marcada por sus defectos y su pecado va cuajando poco a poco la idea perversa de que el estado natural del hombre es la corrupción.

El estado natural del hombre es la santidad, aunque nos cuente a veces creerlo. Basta que echemos una mirada al discurso de Jesús en la montaña. Tener un corazón limpio, vivir con humildad, ser misericordioso y compasivo, trabajar por la paz, sentir hambre y sed de justicia. La lista de las bienaventuranzas es también una descripción de los impulsos más verdaderos del corazón humano, los que aparecen de forma natural cuando no estamos marcados por el miedo, por la culpa, por el egoísmo.

La santidad no consiste en la perfección, sino en vivir a la medida de la verdad de nuestro corazón. La felicidad que propone el evangelio no consiste en un estado de euforia permanente o en la ausencia de sufrimientos sino más bien en la paz que nace de vivir tal y como el corazón auténticamente quiere, sin necesidad de mentirnos a nosotros mismos, viviendo siendo las personas que realmente queremos ser.

Cuando despegamos de nosotros las pequeñas necesidades que nos impone la vida y la sociedad, cuando nos liberamos de la soberbia que nos empequeñece el corazón, de la necesidad de ocultar nuestras lágrimas, del miedo que nos impide sentir compasión y comprometernos; cuando volvemos a escuchar la voz del corazón que nos llama a buscar la justicia y a desterrar la violencia, a construir la paz, en ese momento vuelve a brotar con fuerza en nosotros esa identidad que quedó marcada en el bautismo, la imagen perfecta del hombre, la imagen de Cristo.

Celebrar a los santos, más que invitarnos a imitarlos, nos llama a reconocernos reflejados en ellos.