Texto: Javier Antolín, OSA
Música: Autum prelude
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«Se parecerá el reino de los cielos a diez vírgenes que tomaron sus lámparas y salieron al encuentro del esposo.
Cinco de ellas eran necias y cinco eran prudentes.
Las necias, al tomar las lámparas, no se proveyeron de aceite; en cambio, las prudentes se llevaron alcuzas de aceite con las lámparas.
El esposo tardaba, les entró sueño a todas y se durmieron.
A medianoche se oyó una voz:
“¡Qué llega el esposo, salid a su encuentro!”.
Entonces se despertaron todas aquellas vírgenes y se pusieron a preparar sus lámparas.
Y las necias dijeron a las prudentes:
“Dadnos de vuestro aceite, que se nos apagan las lámparas”.
Pero las prudentes contestaron:
“Por si acaso no hay bastante para vosotras y nosotras, mejor es que vayáis a la tienda y os lo compréis”.
Mientras iban a comprarlo, llegó el esposo, y las que estaban preparadas entraron con él al banquete de bodas, y se cerró la puerta.
Más tarde llegaron también las otras vírgenes, diciendo:
“Señor, señor, ábrenos”.
Pero él respondió:
“En verdad os digo que no os conozco”.
Por tanto, velad, porque no sabéis el día ni la hora».
¿Cómo estamos de aceite?
El Evangelio presenta la parábola de las diez muchachas que con sus lámparas salieron a esperar al novio, cinco de ellas eran previsoras y tenían aceite suficiente, pero las otras cinco eran descuidadas y salieron a esperar sin aceite en sus lámparas.
De este modo, se nos invita a estar vigilantes en todo tiempo sin bajar la guardia pues no sabemos ni el día ni la hora cuándo vendrá nuestro Señor. Tenemos que tener preparadas las lámparas para que cuando llegue el novio podamos encenderlas y salir a su encuentro.
Vigilar es estar atentos, en vela mirando el futuro, pero concentrados en vivir con mayor motivación nuestra vida de cada día. ¿Estamos siempre preparados? ¿Tendremos aceite en nuestras lámparas cuando nos llame el Señor? Como no sabemos ni el día ni la hora debemos permanecer vigilantes no solamente en relación a los últimos tiempos, o a nuestra propia muerte, sino también a los encuentros con el Señor que se suceden a lo largo de nuestra vida. Si nos despistamos y nos preocupamos por otras cosas, perderemos la oportunidad de descubrir su presencia en las personas que nos encontramos, en la Palabra, en los sacramentos y no podremos entrar a celebrar la fiesta del Reino.
También tenemos que preguntarnos cómo estamos de aceite en nuestras lámparas, cómo andamos de fe y de buenas obras, pues son las que mantienen las lámparas de nuestras vidas encendidas para que así podamos dar luz a los que viven a nuestro lado.