Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Autum prelude
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos esta parábola:
«Un hombre, al irse de viaje, llamó a sus siervos y los dejó al cargo de sus bienes: a uno le dejó cinco talentos, a otro dos, a otro uno, a cada cual según su capacidad; luego se marchó.
El que recibió cinco talentos fue enseguida a negociar con ellos y ganó otros cinco. El que recibió dos hizo lo mismo y ganó otros dos.
En cambio, el que recibió uno fue a hacer un hoyo en la tierra y escondió el dinero de su señor.
Al cabo de mucho tiempo viene el señor de aquellos siervos y se pone a ajustar las cuentas con ellos.
Se acercó el que había recibido cinco talentos y le presentó otros cinco, diciendo:
“Señor, cinco talentos me dejaste; mira, he ganado otros cinco”.
Su señor le dijo:
“Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”.
Se acercó luego el que había recibido dos talentos y dijo:
“Señor, dos talentos me dejaste; mira, he ganado otros dos”.
Su señor le dijo:
“Bien, siervo bueno y fiel; como has sido fiel en lo poco, te daré un cargo importante; entra en el gozo de tu señor”.
Se acercó también el que había recibido un talento y dijo:
“Señor, sabía que eres exigente, que siegas donde no siembras y recoges donde no esparces, tuve miedo y fui a esconder tu talento bajo tierra. Aquí tienes lo tuyo”.
El señor le respondió:
“Eres un siervo negligente y holgazán. ¿Conque sabías que siego donde no siembro y recojo donde no esparzo? Pues debías haber puesto mi dinero en el banco, para que, al volver yo, pudiera recoger lo mío con los intereses. Quitadle el talento y dádselo al que tiene diez. Porque al que tiene se le dará y le sobrará, pero al que no tiene, se le quitará hasta lo que tiene. Y a ese siervo inútil echadlo fuera, a las tinieblas; allí será el llanto y el rechinar de dientes”».
¡Vivir llenos de talentos!
Un hombre marchó al extranjero y entregó a sus criados sus bienes. Cada uno de ellos recibe su parte y cada uno de ellos actúa con su parte tal y como cada uno es. Hoy querría invitaros a que nos fijáramos que el evangelio nos dice que se les “entregaron” los bienes a cada uno pero no nos da ninguna pista de lo que esperaría el Señor que hicieran con estos bienes.
Es verdad que la respuesta del tercer siervo, el que escondió su talento, nos parece que ha conocido mejor al Señor. De hecho es el único que explica que actúo pensando en lo que el Señor esperaba, lleno de temor para no decepcionar al Señor. Supongo que todos nosotros nos podríamos sentir identificados con él. Quizás incluso seamos nosotros los primeros en querer “recoger donde no hemos sembrado”. Esconder los recursos, protegerlos para no perderlos puede parecer un comportamiento prudente y seguro. Aunque si lo pensamos bien, esconder los bienes en la tierra es casi lo mismo que no haberlos recibido.
En cambio, los primeros siervos reciben las riquezas para hacer algo con ellas, no sólo para contemplarlas. Podemos despistarnos al pensar que estos criados se nos presenten como ejemplo por su éxito, quizás no sea sólo eso. Si nos fijamos, el Señor les dice que fueron “fieles en lo poco” ¡y eso que era una grandísima suma de dinero” Y les llama fieles ¡pero si han arriesgado los talentos!
¿Y si esta fidelidad no está en “conservar” los bienes sino en aceptar haberlos recibido? Porque el tercer siervo vive como si no hubiera recibido nada, el miedo le ha vuelto pobre. Mientras que los dos primeros aceptan su nueva situación y viven tal y como ellos quieren vivir. Como si Dios hubiera puesto en nuestras manos la tierra para que la gobernáramos. Como si hubiera derramado sus talentos sobre nosotros para que nosotros vivamos como ricos ¡vivir como llenos de talentos! Pero claro, los talentos son de Dios y quizás habrá que usarlos como Dios los usaría. Quizás nos ha puesto a nosotros para realizar la tarea que Dios tarea.
En esta jornada mundial de los pobres que celebramos se nos presenta una ocasión extraordinaria para preguntarnos cómo usamos los talentos. ¿Los usamos para protegernos a nosotros, movidos por el miedo? ¿No será mejor usarlos como si fueran nuestros, usarlos como hijos de Dios? Podríamos usar los bienes como Dios los usaría.
Por eso la jornada de los pobres nos ofrece una gran ocasión. Porque cuando vemos el rostro del pobre nuestro miedo nos invita a retirar la mano, a guardar lo nuestro, a protegernos. Pero el Padre nos invita a estirar la mano, a introducir al pobre en nuestro entorno, a ser hermanos.
San Agustín recordaba a sus feligreses que comida y refugio es necesario para vivir, pero tenemos muchísimo más. Y todo eso “lo superfluo para ti es necesario para los pobres “y si es necesario, quizás de alguna forma se lo debas, seas su administrador. Tal vez Dios te ha dado los talentos para repartir y no para esconder, para que brillen y no para conservarlos.
Quien reparte vive con el mismo corazón que el Padre que comparte con nosotros su banquete.