El Bautismo del Señor

Escrito el 07/01/2024
Agustinos


Texto: Jesús Baños, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, proclamaba Juan:
«Detrás de mí viene el que es más fuerte que yo y no merezco agacharme para desatarle la correa de sus sandalias. Yo os he bautizado con agua, pero él os bautizará con Espíritu Santo».

Y sucedió que por aquellos días llegó Jesús desde Nazaret de Galilea y fue bautizado por Juan en el Jordán.

Apenas salió del agua, vio rasgarse los cielos y al Espíritu que bajaba hacia él como una paloma. Se oyó una voz desde los cielos:
«Tú eres mi Hijo amado, en ti me complazco».


Una identidad y una misión

La liturgia sigue invitándonos a reconocer la manifestación de Dios en Jesucristo. Ayer adorado por los magos; hoy bautizado por Juan. Ayer reconocido como rey entre reyes; hoy entre los demás y reconocido como “Hijo amado” por parte de Dios.

El bautismo de Jesús por mano de Juan es la ratificación de una identidad y de una misión. Desde el Jordán, Jesús irá al desierto – ahí, frente a la tentación, asumirá su identidad y su misión -, y tras el desierto comenzará el anuncio del Reino que se sintetiza en la liberación de los oprimidos por el mal y en hacer el bien.

El bautismo “entre los demás” es la afirmación de un Dios, de un Mesías, humilde que vivirá al estilo del siervo que proclama Isaías: sin gritar, sin vocear por las calles… Sin quebrar la caña cascada ni apagar la mecha vacilante… Es una manera muy gráfica de expresar una aguda sensibilidad – la que tenía Jesús – hacia lo débil, el sufrimiento, …  hacia lo que está quebrándose, hacia lo que está apagándose. Y ¡hay tanto de esto en nuestra realidad cercana y cotidiana! Vivir esa sensibilidad en nuestras acciones y decisiones es la tarjeta de presentación de quienes acogen la invitación del Reino que hace Jesús.

Por eso es tan buena noticia la manifestación de este Hijo amado de Dios. Él nos bendice con la paz, nos trae la salvación: plenitud de humanidad. Solo nos queda abrir los ojos y el corazón para acogerlo y dejar las tinieblas. Y no es poco. Pero tenemos el Espíritu recibido en el bautismo. Tenemos una identidad y una misión.