Miércoles I Tiempo Ordinario

Escrito el 10/01/2024
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a casa de Simón y Andrés.

La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, cuando todavía era muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
«Todo el mundo te busca».

Él les responde:
«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».

Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.


Acción transformadora

La misión de Jesús había comenzado con un anuncio: “El Reino de Dios está cerca”. Y nos imaginamos a Jesús explicando el Reino en el sermón de la montaña o con las claras imágenes de las parábolas. Nos imaginamos a Jesús predicando. Pero el anuncio del Reino tiene una segunda dimensión que a veces se nos pasa desapercibida. El evangelio de hoy terminaba presentando a Jesús recorriendo Galilea predicando pero además “expulsando los demonios”. Y en el relato del evangelio de hoy no tenemos ninguna predicación, ninguna enseñanza, pero sí acciones. Porque el anuncio del Reino, más que una enseñanza es una acción transformadora.

A la suegra de Pedro no le hacen falta buenas palabras. Ella está sometida por la fiebre que le impide ser una buena anfitriona, una madre para sus huéspedes. No es libre, porque su voluntad está dominada por la fiebre. ¡De nada sirven las buenas palabras! A no ser para aprender a soportar la esclavitud de la enfermedad con resignación

Curiosamente hay toda una línea de autoayuda y desarrollo personal que te entrena a integrar tus esclavitudes, a aceptar que eres limitado, que eres humano y que tienes que aceptar que fuerzas superiores gobiernen tu vida. Así lo creían los antiguos griegos. Sabían que los hombres estaban muy por debajo de los dioses y que la vida de los hombres estaba sometida a los designios de estos dioses. Designios que a veces eran arbitrarios y caprichosos. Pero no sólo los grandes dioses, también había otras fuerzas de menor dignidad que determinaban la vida de los hombres, como la fortuna o el destino. A todas estas fuerzas le daban un nombre: demonios. Y llamaban así incluso a las fuerzas beneficiosas o favorables.

Para el primer lector del evangelio, en el siglo I, el ser humano estaba sometido a dos fuerzas irrefrenables: la enfermedad y los seres espirituales a los que llama demonios. Por eso es tan importante para Marcos que el anuncio del Reino sea sobre todo una transformación de esa ley de servidumbre. Por eso Jesús libera de la enfermedad y libera del domino de los seres espirituales. Un Reinado nuevo en el que el ser humano ya no tenga que servir a nadie más que a Dios.

Porque ahí está la otra clave del evangelio de hoy. La suegra de Pedro, una vez liberada de la enfermedad, se hace de nuevo sierva, pero de otro Señor. No puede hacerlo antes, porque es esclava de la enfermedad. El discípulo tiene un maestro, el siervo de Dios tiene a Dios por Señor. Pero para ello primero tiene que ser liberado de otras esclavitudes, de otros deberes ficticios que hemos ido asumiendo, de compromisos y obligaciones que terminamos aceptando como si no hubiera otra forma de vida que estar sometidos a ellas. Aunque al final, al único al que le debemos rendir cuentas, es al que nos ha liberado de toda deuda y ha asumido por nosotros todo compromiso. A Aquel que sana nuestra voluntad para que dejemos de usarla a servicio de pequeños tiranos (como la envidia, la avaricia, la ira y la amargura). Sanos y libres para poder servirle a Él

“Tanto será más libre el hombre cuanto más sana la libre voluntad. Y tanto más sana cuanto más subordinada a la misericordia y gracia divina. “(Carta 157,8)