Domingo V Tiempo Ordinario

Escrito el 04/02/2024
Agustinos


Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, al salir Jesús de la sinagoga, fue con Santiago y Juan a la casa de Simón y Andrés.

La suegra de Simón estaba en cama con fiebre, e inmediatamente le hablaron de ella. Él se acercó, la cogió de la mano y la levantó. Se le pasó la fiebre y se puso a servirles.

Al anochecer, cuando se puso el sol, le llevaron todos los enfermos y endemoniados. La población entera se agolpaba a la puerta. Curó a muchos enfermos de diversos males y expulsó muchos demonios; y como los demonios lo conocían, no les permitía hablar.

Se levantó de madrugada, cuando todavía estaba muy oscuro, se marchó a un lugar solitario y allí se puso a orar. Simón y sus compañeros fueron en su busca y, al encontrarlo, le dijeron:
«Todo el mundo te busca».

Él les responde:
«Vámonos a otra parte, a las aldeas cercanas, para predicar también allí; que para eso he salido».

Así recorrió toda Galilea, predicando en sus sinagogas y expulsando los demonios.


Un día en la vida de Jesús

Todos conocemos bien lo que es un reality show: la vida real de las personas retransmitida para todo el que la quiera ver. Algo así, salvando las distancias, es lo que hace Marcos casi al comienzo de su evangelio: viene a narrarnos lo que sería un día en la vida de Jesús, un día en el que hay tiempo para todo lo importante: después de estar enseñando en la sinagoga, se reúne con sus discípulos y va a su casa a disfrutar de la buena amistad, asume la realidad que se encuentra allí, acoge a los necesitados que le piden ayuda y se retira a orar, para después proseguir su camino. Un programa muy completo.

Hay algunos detalles interesantes que nos invitan a reflexionar. En primer lugar, vemos cómo Jesús entra en casa de Simón y Andrés. Ir a casa de alguien significa en el lenguaje bíblico identificarse con la persona anfitriona, algo lógico si tenemos en cuenta que estamos hablando de sus primeros discípulos. Pero la situación inesperada surge cuando Jesús se encuentra con la suegra de Simón enferma. Es lo que pasa en la vida cotidiana: si tú decides entrar en casa de alguien, asumes las situaciones que allí te puedas encontrar. Y vemos cómo Jesús no rehúye la realidad, sino que la afronta con ternura y firmeza.

Llama la atención el modo en que Jesús se acerca a la persona enferma: la cogió de la mano. Un gesto tan sencillo como ejemplar ante el que sobran las palabras. La mujer postrada se pone en pie simplemente ante una mano cálida, tierna, cercana, salvífica. Y el carácter simbólico de este hecho es claro: Jesús tiende su mano a quien está postrado, a quien ha perdido el sentido, a quien pasa por la vida sin fe y sin esperanza. Su mano tendida es expresión del amor de Dios, que levanta del polvo al desvalido, como dice 1 Sam 2,8.

Otro detalle importante lo encontramos cuando vemos a Jesús, de madrugada, retirándose al descampado a orar. Toda su capacidad de acercarse, escuchar, servir, acompañar y sanar viene de esa profunda identificación con el Padre. En Jesús no cabe un “no tengo tiempo, ya me gustaría…”. Tener momentos para retirarse, para orar, para alimentar el espíritu, es fundamental si queremos dar sentido a lo que nos pasa en la vida cotidiana.

Otras muchas enseñanzas podríamos extraer de este precioso pasaje evangélico, pero con esto es suficiente. Somos invitados a comparar veinticuatro horas en la vida de Jesús con veinticuatro horas de nuestra vida. Jesús tiene tiempo para todo y para todos, y sobre todo para lo que es más importante. ¿Y yo? ¿Tengo tiempo? ¿Tiempo de calidad?

Tomemos a Jesús como modelo de vida que nos ayude a marcar nuestras prioridades. ¡Feliz día del Señor!