Domingo III Cuaresma

Escrito el 03/03/2024
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, Jesús tomó consigo a Pedro, a Santiago y a Juan, subió aparte con ellos solos a un monte alto, y se transfiguró delante de ellos. Sus vestidos

Se acercaba la Pascua de los judíos y Jesús subió a Jerusalén. Y encontró en el templo a los vendedores de bueyes, ovejas y palomas, y a los cambistas sentados; y, haciendo un azote de cordeles, los echó a todos del templo, ovejas y bueyes; y a los cambistas les esparció las monedas y les volcó las mesas; y a los que vendían palomas les dijo:

«Quitad esto de aquí: no convirtáis en un mercado la casa de mi Padre».

Sus discípulos se acordaron de lo que está escrito: «El celo de tu casa me devora».

Entonces intervinieron los judíos y le preguntaron:
«Qué signos nos muestras para obrar así?».

Jesús contestó:
«Destruid este templo, y en tres días lo levantaré».

Los judíos replicaron:
«Cuarenta y seis años ha costado construir este templo, ¿y tú lo vas a levantar en tres días?».

Pero él hablaba del templo de su cuerpo.

Y cuando resucitó de entre los muertos, los discípulos se acordaron de que lo había dicho, y creyeron a la Escritura y a la palabra que había dicho Jesús.

Mientras estaba en Jerusalén por las fiestas de Pascua, muchos creyeron en su nombre, viendo los signos que hacía; pero Jesús no se confiaba a ellos, porque los conocía a todos y no necesitaba el testimonio de nadie sobre un hombre, porque él sabía lo que hay dentro de cada hombre.

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Mirar mejor lo que tenemos que buscar

“No convirtáis en un mercado la casa de mi Padre”. La acusación que Jesús dirige a los pobres mercaderes es casi tan dura y violenta como el gesto de expulsar a mercaderes y ganado y tirar por tierra las mesas de los cambistas. Para poder ser un buen judío y poder cumplir con las obligaciones religiosas se necesitaba de la ayuda de los mercaderes y los cambistas. ¿Cómo pagar los diezmos si no aceptaban moneda romana? ¿De dónde saca uno un cordero o dos tórtolas para sacrificarlas? Los cambistas y mercaderes se habían convertido en un elemento imprescindible para rendir culto a Dios.

Si entro en la esplanada del templo, si miro a mi alrededor veo un mercado, si escucho oigo regatear a los comerciantes, si presto atención me llega el olor de las bestias y de sus miedos antes de ser sacrificados. Mientras que la imponente presencia del edificio sagrado y del santo de los santos pasa casi desapercibido.

El signo de Jesús nos está invitando a mirar mejor qué es lo que tenemos que buscar cuando entramos en el templo. El templo es la casa de Dios, el lugar en el que Dios quiere estar.  La casa que Dios ha puesto en medio de nuestra ciudad es la prueba evidente de que Dios quiere habitar en medio de nosotros, correr con nuestra suerte, caminar por donde nosotros caminemos, en definitiva, ser Dios con nosotros. Los sacrificios, las ofrendas, los diezmos.... todas las prácticas de piedad que un buen judío podía realizar en Jerusalén servían para entender mejor que formaba parte del pueblo de Dios. Sus sacrificios le hacían entender que Dios les bendecía.

Y aún así, parece que hay algo más. La casa no sólo es la casa del Dios del cielo y del Señor del Universo. Es en primer lugar la casa del Padre. Mercaderes y cambistas pueden confundirnos. Porque el Señor del Universo pone su casa donde pueda recibir grandes sacrificios y ofrendas, pero el Padre pone la casa allí donde están sus hijos.

Por eso el templo, que se había convertido en el signo de la predilección de Dios por la ciudad, quería mostrar la paternidad de Dios. Una paternidad que va a aparecer de forma muchísimo más clara cuando el Hijo quede abandonado ante la muerte.

Destruiréis este templo, perderéis el lugar de vuestras celebraciones y el orgullo de la nación judía. Y una vez que no tengamos sacrificios ni altares ni diezmos pensaremos que Dios ya no está con nosotros. Por eso Jesús presenta otro templo. Su vida, su cuerpo, se convierten en el nuevo lugar de la presencia de Dios en medio del pueblo. Dios está con nosotros cuando entrega a su Hijo por nosotros en la Cruz. 

Y nosotros, que somos este nuevo templo, este Cuerpo de Cristo, tenemos ahora que preguntarnos en qué nos estamos fijando cuando entramos en esta explanada del templo en la que hay tantas tareas de Dios, desde defender los derechos de los más débiles, enseñar a los que no saben, organizar sacramentos y catequesis, repartir pan en las casas donde falta. Muchas tareas para Dios, pero también hay mucha presencia del Padre en todas esas tareas. ¿Qué buscamos? ¿Al Padre o sus tareas?

Porque esos mercaderes asistían cada día al templo de Dios, pero tal vez pocos de esos días dialogaban con el Padre en cuya casa habitaban.