Domingo IV Cuaresma

Escrito el 10/03/2024
Agustinos


Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, dijo Jesús a Nicodemo:

«Lo mismo que Moisés elevó la serpiente en el desierto, así tiene que ser elevado el Hijo del hombre, para que todo el que cree en él tenga vida eterna.

Porque tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Unigénito, para que todo el que cree en él no perezca, sino que tenga vida eterna.

Porque Dios no envió a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que el mundo se salve por él.
El que cree en él no será juzgado; el que no cree ya está juzgado, porque no ha creído en el nombre del Unigénito de Dios.

Este es el juicio: que la luz vino al mundo, y los hombres prefirieron la tiniebla a la luz, porque sus obras eran malas. Pues todo el que obra el mal detesta la luz, y no se acerca a la luz, para no verse acusado por sus obras.

En cambio, el que obra la verdad se acerca a la luz, para que se vea que sus obras están hechas según Dios».

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Tanto amó Dios al mundo

A menudo el Evangelio nos sorprende con una experiencia de encuentro personal de alguien con Jesús, en la que se produce una conversación de tú a tú. En esta ocasión es Nicodemo, una persona influyente del ámbito del judaísmo, miembro del sanedrín, que decide echarle valor y acercarse sinceramente a Jesús, aun poniendo en riesgo su posición.

El centro de la conversación es Dios mismo, el que “tanto amó al mundo que entregó a su Unigénito”. Jesús está revelando el verdadero rostro de Dios, el rostro del Amor, tan profundo como para dar al mundo lo más preciado que tiene; el Padre entrega a su Hijo por puro amor.

Nicodemo, como buen judío, conocía perfectamente el relato del libro de los Números sobre la serpiente de bronce elevada por Moisés en el desierto, a la cual acudían quienes habían sido mordidos por las serpientes para ser curados de sus heridas. Jesús establece un paralelismo entre esa figura de bronce que otorga la salvación y el Hijo del hombre que va a ser elevado en la cruz. Nicodemo comprende que en aquel que está hablando con él, Dios está enviando la salvación a su pueblo.

Avanzando en la conversación, Jesús revela claramente que Dios no condena, sino que salva. Y no salva imponiendo, sino amando. ¿Dónde está, por tanto, la condenación o la salvación de las personas? En la respuesta libre que cada cual dé a la invitación de Jesús a seguirle, es decir, en la postura que adoptamos ante su persona. El amor de Dios es una oferta gratuita: tiene que ser acogida libremente. Luz y tinieblas están ante nosotros y podemos decidirnos por una o por las otras.

¿Cuándo comprenderemos que ser cristiano es una experiencia de amor, de sentirnos amados por Dios y decidir orientar nuestra vida hacia Él? Todavía demasiados cristianos viven entre el temor a ser castigados por Dios o el rechazo a un Dios que impone cargas pesadas que no se pueden soportar. Nicodemo, en cambio, comprendió muy a las claras que en Jesús se estaba revelando ese Padre que nos ama de un modo entrañable e inigualable, y que lo mejor que nos puede pasar es dejarnos tocar por su amor, vivir de esa experiencia y transparentarla con nuestra vida. Ojalá nuestro camino cuaresmal nos lleve a ser como Nicodemo, testigos del amor.

 ¡Feliz día del Señor!