Miércoles V de Cuaresma

Escrito el 20/03/2024
Agustinos


Texto:  Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos que habían creído en él:
«Si permanecéis en mi palabra, seréis de verdad discípulos míos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres».

Le replicaron:
«Somos linaje de Abrahán y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo dices tú: “Seréis libres”?».

Jesús les contestó:
«En verdad, en verdad os digo: todo el que comete pecado es esclavo. El esclavo no se queda en la casa para siempre, el hijo se queda para siempre. Y si el Hijo os hace libres, seréis realmente libres. Ya sé que sois linaje de Abrahán; sin embargo, tratáis de matarme, porque mi palabra no cala en vosotros. Yo hablo de lo que he visto junto a mi Padre, pero vosotros hacéis lo que le habéis oído a vuestro padre».

Ellos replicaron:
«Nuestro padre es Abrahán».

Jesús les dijo:
«Si fuerais hijos de Abrahán, haríais lo que hizo Abrahán. Sin embargo, tratáis de matarme a mí, que os he hablado de la verdad que le escuché a Dios; y eso no lo hizo Abrahán. Vosotros hacéis lo que hace vuestro padre».

Le replicaron:
«Nosotros no somos hijos de prostitución; tenemos un solo padre: Dios».

Jesús les contestó:
«Si Dios fuera vuestro padre, me amaríais, porque yo salí de Dios, y he venido. Pues no he venido por mi cuenta, sino que él me envió».


¿Hasta qué punto caminas detrás de las huellas de Cristo?

“Seréis de verdad mis discípulos”. Quizás la pregunta sobre ser o no hijos de Abraham no nos despierte el interés en el evangelio de hoy. Pero la pregunta de si somos verdaderos discípulos siempre planea sobre nosotros. ¿Hasta qué punto camino detrás de las huellas de Cristo?

El evangelista Juan nos ayuda presentándonos una pregunta que sería de fácil respuesta. Cuestiona a los judíos si son hijos de Abraham. La respuesta sería inmediata, ¡claro que lo son! pero sus acciones ponen en discusión la respuesta. De hecho creyendo ser hijos de Abraham tratan de matar al enviado del Padre. Abraham en hebreo tiene la misma raíz que padre “abba”. Son hijos de Abraham y no pueden tolerar las enseñanzas de Jesús que contradicen las tradiciones judías. Miran a Jesús pero ven a un quebrantador de las costumbres, uno que quería cambiar sus certezas. Y estas convicciones judías les atan, les encadenan. Es como si fueran esclavos de ese error de interpretación. Y actúan según ese error, niegan a Jesús, mienten, conspiran… y cada una de esas acciones les va esclavizando cada vez más, atándoles cada vez más. Esclavos de su pecado.

¿Y el discípulo? También se siente discípulo de Cristo, verdadero discípulo. Pero ¿podemos decir que todas nuestras acciones son “auténticamente cristianas”? Tal vez también nosotros tenemos algunas convicciones, algunas certezas que nos atan. Igual hemos realizado algunas acciones a las que ahora estamos encadenados porque ya no podemos cambiar nuestro pasado. ¿Qué podemos hacer? ¿Acaso podemos cambiar el pasado y liberarnos? ¿Basta una palabra y una decisión para dejar de estar obligados por el pecado? Mi ira, mi rencor, mi falta de perdón, mi pereza,... ¿no serán parte de mi naturaleza?

Ningún hombre puede vivir sin Señor, como no pueden darse pasos sin seguir un camino. Incluso cuando este es circular o aleatorio es siempre un camino, aunque sea uno que no lleva a ninguna parte. Los hombres caminábamos siguiendo las sendas del pecado que se ha metido en nuestras apetencias y en nuestras decisiones, como si nuestra condición humana tuviera siempre que estar al servicio del rencor, de la ira, del egoísmo. Pero Cristo cambió eso al proponernos poner nuestros pies en otro camino, en su camino. Un camino que nos hace libres porque nos encamina hacia la casa. Un camino que pasa por momentos de desprecio sin devolver odio, por momentos de fatiga sin llenarse de maldición. Un camino cargando la cruz y derramando ternura por aquellos por los que se cargaba la Cruz.

La primera liberación está en la mente, en cambiar esa percepción. No le debo nada a la injusticia, aunque a veces “me apetece”. Si sirvo al pecado es porque yo he decidido hacerlo, no porque mis padres o mis maestros me hayan arrastrado a ello. No tengo ninguna deuda que compensar al pecado, lo hago porque creo que me va a dar algo que me falta en la vida.  El rencor, la envidia, el egoísmo y cualquier otro pecado ya no tienen el más mínimo derecho a reclamar nuestras decisiones, En el árbol de la Cruz cuelga un hombre que no le debe nada al pecado. Y quien está unido a ese hombre, quién cuelga con Él de esa Cruz, tampoco le debe nada.

La clave para ser libres es hacernos esclavos, esclavos de un camino que nos devuelve a casa. Cristo ha plantado en nuestro corazón un amor que responde al amor extremo que mostró con nosotros. Y ese amor, mirar con sinceridad ese amor, provoca en mi corazón una respuesta de entrega total, de “permanecer” en esa Palabra “yo os he Amado”. Una palabra que nadie había pronunciado nunca en nuestra vida y que sin embargo fue pronunciada sobre nosotros ya desde el principio de los tiempos. Fuimos engendrados en un mundo atrapado por el pecado, pero fuimos amados en una eternidad libre de toda deuda que no sea el amor.

“Ésta es nuestra esperanza, hermanos: que el Libre nos libre y librándonos nos haga esclavos; en efecto, éramos esclavos de la codicia, una vez liberados somos hechos esclavos de la caridad”. (s. Agustín, Comentario al Evangelio de Juan, 41)