Miércoles Santo

Escrito el 27/03/2024
Agustinos


Texto:  Ángel Andújar, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

 

En aquel tiempo, uno de los Doce, llamado Judas Iscariote, fue a los sumos sacerdotes y les propuso:
«¿Qué estáis dispuestos a darme si os lo entrego?».

Ellos se ajustaron con él en treinta monedas de plata. Y desde entonces andaba buscando ocasión propicia para entregarlo.

El primer día de los Ácimos se acercaron los discípulos a Jesús y le preguntaron:
«¿Dónde quieres que te preparemos la cena de Pascua?».

Él contestó:
«Id a la ciudad, a casa de quien vosotros sabéis, y decidle:
“El Maestro dice: mi hora está cerca; voy a celebrar la Pascua en tu casa con mis discípulos”».

Los discípulos cumplieron las instrucciones de Jesús y prepararon la Pascua.

Al atardecer se puso a la mesa con los Doce. Mientras comían dijo:
«En verdad os digo que uno de vosotros me va a entregar».

Ellos, muy entristecidos, se pusieron a preguntarle uno tras otro:
«¿Soy yo acaso, Señor?».

Él respondió:
«El que ha metido conmigo la mano en la fuente, ese me va a entregar. El Hijo del hombre se va como está escrito de él; pero, ¡ay de aquel por quien el Hijo del hombre es entregado!, ¡más le valdría a ese hombre no haber nacido!».

Entonces preguntó Judas, el que lo iba a entregar:
«¿Soy yo acaso, Maestro?».

Él respondió:
«Tú lo has dicho».


¿Soy yo acaso, Maestro?

El miércoles Santo nos pone de frente una figura enigmática, fuertemente contradictoria: la figura de Judas. Cuando oímos hablar de este personaje, rápido surgen en nuestra mente calificativos como traidor, ladrón, falso, avaricioso… Términos con los que tratamos de tomar distancia con él, considerando que, afortunadamente, nuestra actitud hacia el Maestro es muy diferente.

Tratemos, no obstante, de empatizar de algún modo con Judas, puesto que quizá no está tan lejos de nosotros como queremos creer. Lo que el pasaje evangélico de hoy nos presenta es alguien que está dispuesto a traicionar a un amigo a cambio de un puñado de monedas. Pero, ¿cómo puede alguien faltar al más elemental de los principios de toda relación humana? ¿Tan malo es este hombre, tan insensible, tan inhumano? Más bien podemos pensar que está perdido en esos recovecos interiores que nos enajenan, nos atrapan y rompen la correspondencia entre el querer y el poder. El interior del ser humano es tan complejo, tan enrevesado, tan laberíntico, que en muchas ocasiones no nos reconocemos ni a nosotros mismos. Por eso, en demasiadas ocasiones acabamos cayendo en contradicciones, que luego nos pesan, aunque ya no haya vuelta atrás – como a Judas, que finalmente trata de devolver las monedas, pero ya se le ha hecho tarde -.

Empatizar con Judas es comprender que no está tan lejos de nosotros, que andamos también muchas veces perdidos entre tantas tentaciones que nos seducen, nos envuelven y nos llevan por derroteros indeseables. Dice el profeta Jeremías, en el capítulo 9: Nada más falso y enconado que el corazón: ¿quién lo entenderá?  Efectivamente, somos tan complejos que muchos de nuestros comportamientos nos hacen volvernos extraños a nosotros mismos. Esto no significa comulgar con ruedas de molino, o dicho de otro modo, justificar o relativizar la traición de Judas a Jesús. Lo que hace es muy grave, como lo son tantas traiciones por nuestra parte al Señor en muchas situaciones vitales en las que preferimos perdernos por los laberintos a los que nos arrastra nuestro corazón, desentendiéndonos de la auténtica vocación a la que Dios nos ha llamado.

Quizá la Semana Santa en la que estamos inmersos tenga mucho que ver con una decisión existencial, que Judas no supo tomar: la de comprender que sólo con Jesús podemos salir de esas trampas en las que la vida nos lleva a perdernos, que él es la auténtica puerta de salida de nuestros profundos laberintos interiores. Reflexionemos, en este Miércoles Santo, y asomémonos al Triduo Pascual con la mirada puesta en Aquel que nos libera de nuestras ataduras.

Feliz y Santo miércoles.