Texto: Jesús Baños, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)
Aquel mismo día, el primero de la semana, dos de los discípulos de Jesús iban caminando a una aldea llamada Emaús, distante de Jerusalén unos setenta estadios; iban conversando entre ellos de todo lo que había sucedido. Mientras conversaban y discutían, Jesús en persona se acercó y se puso a caminar con ellos. Pero sus ojos no eran capaces de reconocerlo.
Él les dijo:
«¿Qué conversación es esa que traéis mientras vais de camino?».
Ellos se detuvieron con aire entristecido. Y uno de ellos, que se llamaba Cleofás, le respondió:
«¿Eres tú el único forastero en Jerusalén que no sabe lo que ha pasado estos días?».
Él les dijo:
«¿Qué».
Ellos le contestaron:
«Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso en obras y palabras, ante Dios y ante todo el pueblo; cómo lo entregaron los sumos sacerdotes y nuestros jefes para que lo condenaran a muerte, y lo crucificaron. Nosotros esperábamos que él iba a liberar a Israel, pero, con todo esto, ya estamos en el tercer día desde que esto sucedió. Es verdad que algunas mujeres de nuestro grupo nos han sobresaltado, pues habiendo ido muy de mañana al sepulcro, y no habiendo encontrado su cuerpo, vinieron diciendo que incluso habían visto una aparición de ángeles, que dicen que está vivo. Algunos de los nuestros fueron también al sepulcro y lo encontraron como habían dicho las mujeres; pero a él no lo vieron».
Entonces él les dijo:
«¡Qué necios y torpes sois para creer lo que dijeron los profetas! ¿No era necesario que el Mesías padeciera esto y entrara así en su gloria».
Y, comenzado por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó lo que se refería a él en todas las Escrituras.
Llegaron cerca de la aldea adonde iban y él simuló que iba a seguir caminando; pero ellos lo apremiaron, diciendo:
«Quédate con nosotros, porque atardece y el día va de caída».
Y entró para quedarse con ellos. Sentado a la mesa con ellos, tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y se lo iba dando. A ellos se les abrieron los ojos y lo reconocieron. Pero él desapareció de su vista.
Y se dijeron el uno al otro:
«¿No ardía nuestro corazón mientras nos hablaba por el camino y nos explicaba las Escrituras?».
Y, levantándose en aquel momento, se volvieron a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once con sus compañeros, que estaban diciendo:
«Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón».
Y ellos contaron lo que les había pasado por el camino y cómo lo habían reconocido al partir el pan.
La Pascua pasa por el otro
En esta octava de Pascua el relato de los discípulos de Emaús viene a iluminar nuestros primeros pasos en este tiempo de fiesta y alegría, para que la Pascua que ha de ser Paso del Resucitado por nuestra vida, paso de la muerte a la vida nueva, no se nos pase.
Porque después de haber celebrado todo el triduo pascual y haber escuchado el anuncio de la resurrección, puede que nuestros ojos no sean capaces de reconocerlo. Puede que sean nuestros propios intereses, el primer plano de nuestra mirada ocupada por nuestros asuntos... Puede que nos falte una mirada limpia, … Puede haber otras muchas razones… El desafío es reconocer a Jesús vivo caminando a nuestro lado. Reconocer a Jesús en los que caminan a nuestro lado… Vivir la Pascua es ver a Jesús en el otro; especialmente en el que más pueda estar necesitándonos.
Vivir la Pascua es tener la experiencia de un corazón que arde… Y si arde se quema, se desgasta… Enardecido por la experiencia que cuenta quien camina a nuestro lado... Es la experiencia del otro que nos implica… que nos lleva al amor… Y amar desgasta el corazón…
Vivir la Pascua, encontrarnos con el resucitado, es compartir el pan… En el pan compartido Cristo vivió se hace presente. Y quienes más necesidad tienen de pan compartido es los que tienen más hambre.
Los de Emaús nos enseñan que vivir la Pascua, el Paso a la vida nueva, pasa por el otro.