Domingo de Pentecostés

Escrito el 19/05/2024
Agustinos


Texto:  Ángel Andújar, OSA
Música: Child dreams.  Keys of moon

Al anochecer de aquel día, el primero de la semana, estaban los discípulos en una casa, con las puertas cerradas por miedo a los judíos. Y en esto entró Jesús, se puso en medio y les dijo:
«Paz a vosotros».
Y, diciendo esto, les enseñó las manos y el costado. Y los discípulos se llenaron de alegría al ver al Señor. Jesús repitió:
«Paz a vosotros. Como el Padre me ha enviado, así también os envío yo».
Y, dicho esto, exhaló su aliento sobre ellos y les dijo:
«Recibid el Espíritu Santo; a quienes les perdonéis los pecados, les quedan perdonados; a quienes se los retengáis, les quedan retenidos».

La noche, el viento y el fuego

Llega la culminación de la Pascua. Cincuenta días después de haber celebrado la fiesta de las fiestas, la del triunfo de la luz sobre las tinieblas, hoy vivimos con alegría la Pascua del Espíritu; es el tiempo de la Iglesia.

Tres ideas dominan los relatos de Pentecostés de este domingo, en el que el texto de los Hechos complementa lo que nos transmite el evangelio de Juan.

Los acontecimientos se dan al anochecer, es decir, en el momento en el que las tinieblas triunfan sobre la luz. Hoy nuestras noches están habitadas por la luz artificial, pero en los tiempos bíblicos las tinieblas envolvían todo, generando un clima de misterio, inseguridad y temor. Refleja esta imagen la realidad de aquellos discípulos que, crucificado el maestro, se sienten sumidos en la oscuridad.

El viento, simbolizado por el soplo de aliento que Jesús exhala sobre los presentes, es aire fresco que renueva la vida y hace que se pase del temor a la alegría, de las tinieblas a la luz.

Y, por último, el fuego, símbolo del Espíritu Santo que Jesús les envía, nos recuerda al fuego encendido en la noche de Pascua, del cual tomamos la luz que ha hecho arder el cirio pascual en nuestras iglesias durante los cincuenta días pascuales, manifestando nuestra fe en Jesucristo resucitado.

Pentecostés representa un inicio: se inaugura el tiempo de la Iglesia, esa comunidad que, nacida del viento e impulsada por el fuego, vence la noche.

Las tinieblas envuelven el mundo: sucedía en la época de aquellos primeros discípulos como sucede ahora. Ellos superaron el miedo, y ahora nos corresponde a nosotros hacer saltar los cerrojos, sobreponernos al desánimo y la falta de esperanza y recobrar la alegría. Y, para ello, es preciso abrir las ventanas de la vida, ventilar nuestra Iglesia de los aires viciados, del polvo acumulado y de las estructuras caducas y lejanas a la vida real de las personas. Y, por último, dejar que ese viento nuevo del Espíritu alimente el fuego, que Jesús trajo al mundo y que confió entonces a los apóstoles y hoy a nosotros para que la Iglesia, los cristianos, seamos la luz del mundo, luz auténtica que disipe las tinieblas y caliente los puntos fríos de la existencia, ese fuego que nos lleve a ser personas con pasión, es decir, compasivas con quienes viven en la oscuridad y apasionadas por Jesús y su Evangelio.

¡Feliz Pascua de Pentecostés!