Miércoles IX Tiempo Ordinario

Escrito el 05/06/2024
Agustinos

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Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Prelude nº1 in C major. Joham S. Bach (Kimiko Ishizaka)

En aquel tiempo, se acercan a Jesús unos saduceos, los cuales dicen que no hay resurrección, y le preguntan:
«Maestro, Moisés nos dejó escrito: “Si a uno se le muere su hermano, dejando mujer pero no hijos, que se case con la viuda y de descendencia a su hermano”.
Pues bien, había siete hermanos: el primero se casó y murió sin hijos; el segundo se casó con la viuda y murió también sin hijos; lo mismo el tercero; y ninguno de los siete dejó hijos. Por último murió la mujer.
Cuando llegue la resurrección y resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete han estado casados con ella».
Jesús les respondió:
«¿No estáis equivocados, por no entender la Escritura ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten, ni los hombres se casarán ni las mujeres serán dadas en matrimonio, serán como ángeles del cielo.
Y a propósito de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en el episodio de la zarza, lo que le dijo Dios: “Yo soy el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob”? No es Dios de muertos, sino de vivos. Estáis muy equivocados».

 


Un Dios de vivos

Estamos tan acostumbrados a leer y escuchar determinados pasajes evangélicos que ya ni nos sorprenden, pero si no fuera por eso, nos parecería de lo más estrambótica la situación con la que quieren poner a prueba a Jesús: puestos a cuestionar la resurrección, qué mejor  - parecen pensar – que plantear de quién será mujer en la otra vida una mujer que ha estado casada con siete hermanos de forma consecutiva.

Varias son las enseñanzas que podemos obtener de esta disputa. En primer lugar, hay que dejar claro que cuando hablamos de creer en la resurrección no se trata de trasladar la vida a un plano superior, manteniendo todos nuestros esquemas. Se parecería este caso al de quien pregunta con qué cuerpo resucitaremos: ¿con el que teníamos cuando nacimos, o el que tenemos ya de ancianos? Esa manera de creer en la resurrección confunde realidades, pues no olvidemos que cuando hablamos de Dios y de las cuestiones trascendentes tenemos que comprender que nuestra vida está sujeta a dos ejes de coordenadas, el espacio y el tiempo, que sólo son válidas para esta realidad presente, pero no para el más allá. Por eso responde Jesús a sus interlocutores que la cuestión sobre el matrimonio es propia del momento presente, no de la otra vida.

Por otra parte, no podemos olvidar que creer en la resurrección es el centro de nuestra fe. En tiempos de Jesús, había diversos grupos que convivían en el seno del judaísmo, uno de los cuales era el de los saduceos, que tenían a gala no creer en la vida tras la muerte. Puesto que para el movimiento surgido en torno a Jesús de Nazaret la fe en la vida eterna va a ser esencial, es lógico que surjan disputas. Hoy, que tenemos la tentación de crear una religión a la carta, debemos insistir una vez más en que nuestra fe es una fe pascual, es decir, fundamentada ni más ni menos que en la resurrección, pues si Cristo no ha resucitado, vana es nuestra fe (cf. 1 Cor 15, 14). Y en esto nos toca ser tajantes: nadie puede decir que es cristiano si no cree en la vida eterna, aunque lógicamente entendiendo que la resurrección habla de otras categorías diferentes a nuestros estrechos esquemas espacio-temporales.

Por último, merece la pena destacar la última afirmación que hace Jesús, indicando que el Dios en el que creemos no es un Dios de muertos, sino de vivos. Y no está de más recordarla porque en demasiadas ocasiones nos aferramos al pasado y nos olvidamos del presente: la muerte ya no tiene dominio sobre nosotros. Por un lado, porque confiamos en que aquellos que nos han dejado han alcanzado la plenitud de la vida junto a Dios. Y por otro porque nuestra razón de ser es seguir luchando por la vida y por los vivos, buscando que todas las personas lleven una existencia en plenitud y no pasen por el mundo como muertos en vida.