Miércoles XXIX del Tiempo Ordinario

Escrito el 23/10/2024
Agustinos


Texto:  Ángel Andújar, OSA
Música: Mc Leod,  A very brady special

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«Comprended que si supiera el dueño de casa a qué hora viene el ladrón, velaría y no le dejaría abrir un boquete en casa.
Lo mismo vosotros, estad preparados, porque a la hora que menos penséis viene el Hijo del hombre».
Pedro le dijo:
«Señor, ¿dices esta parábola por nosotros o por todos?». Y el Señor dijo:
«¿Quién es el administrador fiel y prudente a quien el señor pondrá al frente de su servidumbre para que reparta la ración de alimento a sus horas?
Bienaventurado aquel criado a quien su señor, al llegar, lo encuentre portándose así. En verdad os digo que lo pondrá al frente de todos sus bienes.
Pero si aquel criado dijere para sus adentros: “Mi señor tarda en llegar”, y empieza a pegarles a los criados y criadas, a comer y beber y emborracharse, vendrá el señor de ese criado el día que no espera y a la hora que no sabe y lo castigará con rigor, y le hará compartir la suerte de los que no son fieles.
El criado que, conociendo la voluntad de su señor, no se prepara ni obra de acuerdo con su voluntad, recibirá muchos azotes; pero el que, sin conocerla, ha hecho algo digno de azotes, recibirá menos.
Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará; al que mucho se le confió, más aún se le pedirá».

Asumir la responsabilidad

Nos resulta un tanto incómoda, como no puede ser de otro modo, la imagen que emplea Jesús para poner en alerta a sus discípulos. Hablar de criados y señores nos traslada a unas categorías que hoy consideramos bastante superadas, pero que en tiempo de Jesús eran habituales. Por eso, una vez más, debemos evitar quedarnos con el envoltorio e ir directamente al mensaje.

Jesús está instruyendo a sus discípulos acerca de su misión y les va dando una serie de indicaciones. En primer lugar, les invita a vivir poniendo toda la confianza en Dios, que debe ser tenido con el verdadero tesoro. Y, en segundo lugar, llama a estar vigilantes. No se trata de actuar con temor a que Dios les pida cuentas y les saque los colores por lo que no han hecho; tampoco se trata de vivir con miedo al castigo divino. Lo que Jesús pretende es que descubran la responsabilidad que les ha sido dada, derivada a su vez de los dones que han recibido del Señor.

Si nosotros nos consideramos herederos de aquellos primeros apóstoles, debemos tener presente que la llamada a estar vigilantes conlleva una gran responsabilidad, qué duda cabe, pero también es motivo de orgullo: ¿quién soy yo, para que el Señor se haya fijado en mí y me haya encomendado la misión de ser su testigo?, me puedo preguntar. Aunque seamos poca cosa, Dios ha querido contar con cada uno de nosotros para su misión evangelizadora.

Hay una afirmación que, leída de forma aislada, nos resulta dura:  Al que mucho se le dio, mucho se le reclamará. Si nos quedamos en la literalidad de la frase, podemos llegar a tener problemas de conciencia, considerando que no ponemos a producir realmente todos los dones que hemos recibido. En cambio, si no quedamos con la invitación del Señor a dar gratis lo que gratis hemos recibido (Mt 10, 8), comprenderemos que la dinámica del Reino pasa por ese amor desbordante que viene de Dios, ha sido derramado en nuestros corazones y está llamado a expandirse allá donde quiera que vayamos.

Los apóstoles fueron descubriendo la urgencia de la misión, pues eran muchas las personas necesitadas del evangelio y ese tesoro que Dios les había confiado no podía ser desaprovechado. En nuestro tiempo las urgencias no son menores: en el mundo hay demasiadas personas carentes de lo más necesario para vivir: pan, hogar, compañía, escucha, amor… fe. En esas personas Dios nos llama a implicarnos incondicionalmente.

Nosotros, familia agustiniana, hemos sido invitados a ser misioneros de la esperanza. ¿Somos conscientes del tesoro que nos ha sido dado? ¿Nos sentimos habitados por el Espíritu, que nos mueve a salir de nuestro egoísmo y abrirnos al prójimo? Si es así, salgamos a anunciar la esperanza allá donde el Señor nos llame.