Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: Crying in my beer. Audionautiz
En aquel tiempo, Jesús se puso a enseñar otra vez junto al mar. Acudió un gentío tan enorme, que tuvo que subirse a una barca y, ya en el mar, se sentó; y el gentío se quedó en tierra junto al mar.
Les enseñaba muchas cosas con parábolas y les decía instruyéndolos:
«Escuchad: salió el sembrador a sembrar; al sembrar, algo cayó al borde del camino, vinieron los pájaros y se lo comieron.
Otra parte cayó en terreno pedregoso, donde apenas tenía tierra; como la tierra no era profunda, brotó enseguida; pero en cuanto salió el sol, se abrasó y, por falta de raíz, se secó.
Otro parte cayó entre abrojos; los abrojos crecieron, la ahogaron, y no dio grano. El resto cayó en tierra buena: nació, creció y dio grano; y la cosecha fue del treinta o del sesenta o del ciento por uno».
Y añadió:
«El que tenga oídos para oír, que oiga».
Cuando se quedó solo, los que lo rodeaban y los Doce le preguntaban el sentido de las parábolas.
Él les dijo:
«A vosotros se os han dado el misterio del reino de Dios; en cambio a los de fuera todo se les presenta en parábolas, para que “por más que miren, no vean, por más que oigan, no entiendan, no sea que se conviertan y sean perdonados”».
Y añadió:
«¿No entendéis esta parábola? ¿Pues, cómo vais a entender las demás? El sembrador siembra la palabra. Hay unos que están al borde del camino donde se siembra la palabra; pero en cuanto la escuchan, viene Satanás y se lleva la palabra sembrada en ellos. Hay otros que reciben la semilla como terreno pedregoso; son los que al escuchar la palabra enseguida la acogen con alegría, pero no tienen raíces, son inconstantes y cuando viene una dificultad o persecución por la palabra, enseguida sucumben. Hay otros que reciben la semilla entre abrojos; estos son los que escuchan la palabra, pero los afanes de la vida, la seducción de las riquezas y el deseo de todo lo demás los invaden, ahogan la palabra, y se queda estéril. Los otros son los que reciben la semilla en tierra buena; escuchan la palabra, la aceptan y dan una cosecha del treinta o del sesenta o del ciento por uno».
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Escuchemos bien
Sembrar, acoger y germinar. La parábola del sembrador abre la predicación sobre el Reino de Jesús. Es como si el primer paso fuera prepararnos para entender qué va a suceder con el mensaje que se proclama, dejarnos una explicación que nos haga entender por qué no todos los hombres se vuelven discípulos.
La primera tentación sería confundirnos creyendo que Dios llama a unos y a otros no. Salió el sembrador y su semilla cae en todas las tierras. Dios no hace distinción entre unos terrenos u otros, a todos derrama la Palabra. ¿Cuál es entonces la diferencia? Si el Sembrador y la semilla buscan que la tierra se llene de espigas ¿por qué no sucede?
La segunda tentación sería pensar que hay tierras “buenas” y tierras “malas”, tierras dispuestas a la semilla y tierras incapaces. Pero tampoco es esto lo que la parábola nos presenta. La semilla siempre cae a tierra, pero no siempre la dejan crecer. Hay unas situaciones ajenas a la tierra que lo impiden. Pueden ser los pájaros que roban la semilla en el camino, que es la tierra demasiado dura para que la semilla se entierre. O puede ser el sol que la agota cuando la semilla no ha profundizado. O tal vez esos abrojos y cizañas que, aunque la semilla ha calado hasta el fondo de la tierra, ha crecido junto con otras semillas que la ahogan. La tierra buena es una tierra blanda, que acoge la palabra, que la acoge hasta el fondo, que la acoge sólo a ella y la deja germinar.
El sembrador siembra la Palabra, nosotros escuchamos y pedimos que esa Palabra se cumpla. Si nuestro corazón está abierto, si dejamos que la palabra cale hasta el fondo, hasta el lugar de las preguntas más profundas, si no tenemos en el corazón otras ambiciones, entonces la semilla tendrá tierra para crecer, raíces profundas y espacio suficiente. Y la tierra queda granada y sembrada. “Seremos felices si también ponemos en práctica lo que escuchamos y cantamos. El escuchar es nuestra siembra; el ponerlo en práctica es el fruto de la semilla”.(Comentario al Salmo 72).
Ya que tenemos oídos para oír, escuchemos la Palabra, pero escuchémosla bien.