Miércoles VI del Tiempo Ordinario

Escrito el 19/02/2025
Agustinos


Texto:  José María Martín, OSA
Música: Crying in my beer. Audionautiz

En aquel tiempo, Jesús y sus discípulos llegaron a Betsaida.

Y le trajeron a un ciego pidiéndole que lo tocase.

Él lo sacó de la aldea, llevándolo de la mano, le untó saliva en los ojos, le impuso las manos y le preguntó:
«Ves algo?».

Levantando los ojos dijo:
«Veo hombres, me parecen árboles, pero andan».

Le puso otra vez las manos en los ojos; el hombre miró: estaba curado y veía todo con claridad.

Jesús lo mandó a casa diciéndole que no entrase en la aldea.

Jesús cura nuestra ceguera espiritual

¿Quién de nosotros no está ciego? Somos ciegos cuando andamos perdidos en las tinieblas del pecado, cuando nos cerramos a los demás, cuando nos fijamos en las apariencias. No hay peor ciego que el que no quiere ver, dice el refrán. Sólo podemos salir de la oscuridad si reconocemos nuestra ceguera y acudimos a Cristo, "luz del mundo". Es necesario, en primer lugar, querer ver. Sólo una cosa nos puede apartar de la luz y de la alegría que nos da Jesucristo: querer vivir lejos de la luz del Señor.  El ciego de Betsaida es incapaz de salir de su ceguera por sí mismo, necesita unas personas, quizá sus amigos, que le conduzcan a Jesús.

Conmueve la actitud de Jesús con el ciego. El hecho de que Jesús le guiara de la mano hasta fuera de la ciudad fue el comienzo, pero luego continuó poniendo saliva en sus ojos, y colocando sus manos sobre él. En todo esto, apreciamos el acercamiento e intimidad con la que Jesús le estaba tratando. Sin duda, quería que le entendiera y que confiara en Él. La saliva y la imposición de manos nos remiten a los signos y mediaciones sacramentales que nos ofrecen la gracia.

Aquel ciego no era el único que tenía dificultades para ver en Betsaida; los discípulos tenían el mismo problema. Probablemente, el evangelista nos quiere ilustrar con este milagro progresivo, cómo el Señor estaba obrando también en los discípulos para disipar de ellos las tinieblas. Lo mismo pasa con los creyentes. Nuestra comprensión de Dios y de su revelación es progresiva, y avanza según crecemos en la fe. Al principio el que era ciego solo “ve hombres, pero le parecen árboles”. Jesús le impone otra vez las manos sobre los ojos y comienza a ver con toda claridad. Todo esto nos debe llevar a ser pacientes y comprensivos con las dificultades de visión y entendimiento que todas las personas tienen, de la misma forma que Jesús lo fue Jesús con sus discípulos.

El ciego fue completamente curado. Nuevamente nos encontramos con algo a lo que el Señor nos tiene acostumbrados: la prohibición de divulgar el milagro. El propósito sería evitar provocar entusiasmos mesiánicos desmedidos que dificultaran el progreso de su obra, creando falsas esperanzas sobre la cercanía de una liberación política, que por el momento era lo que la mayoría esperaba de Él. Cristo es la "luz del mundo". La tarea de todo buen cristiano es la de dejarle a Él sanar nuestra ceguera espiritual, permitirle al Señor arrojar luz sobre nuestras oscuridades.