Texto: Ángel Andújar, OSA
Música: Crying in my beer. Audionautiz
En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
«A vosotros los que me escucháis os digo: amad a vuestros enemigos, haced el bien a los que os odian, bendecid a los que os maldicen, orad por los que os calumnian.
Al que te pegue en una mejilla, preséntale la otra; al que te quite la capa, no le impidas que tome también la túnica. A quien te pide, dale; al que se lleve lo tuyo, no se lo reclames.
Tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Pues, si amáis sólo a los que os aman, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores aman a los que los aman. Y si hacéis bien sólo a los que os hacen bien, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores hacen lo mismo.
Y si prestáis a aquellos de los que esperáis cobrar, ¿qué mérito tenéis? También los pecadores prestan a otros pecadores, con intención de cobrárselo.
Por el contrario, amad a vuestros enemigos, haced el bien y prestad sin esperar nada; será grande vuestra recompensa y seréis hijos del Altísimo, porque él es bueno con los malvados y desagradecidos.
Sed misericordiosos como vuestro Padre es misericordioso; no juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados; dad, y se os dará: os verterán una medida generosa, colmada, remecida, rebosante, pues con la medida que midiereis se os medirá a vosotros».
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Misericordiosos como el Padre
El evangelista Lucas nos sorprende hoy con una serie de principios que, por mucho que los hayamos oído muchas veces, no dejan de cuestionarnos por su radicalidad.
Para comprender todo lo que se esconde tras este texto, hay que ir la invitación que aparece en el corazón del pasaje: tratad a los demás como queréis que ellos os traten. Se trata de un principio muy común en diversas orientaciones filosóficas y morales ya desde el S. VI a.C., recogido por Platón, Sócrates, Confucio o el Talmud. Pero si en muchos de estos casos el principio estaba inspirado en intereses egoístas (trata a los otros bien para que ellos te traten bien a ti), en el caso de Jesús lo que le mueve es, simple y llanamente, un amor desinteresado. Dicho de otro modo: ponte en la piel del hermano pensando cómo te gustaría ser tratado si estuvieses en su lugar y actúa en consecuencia.
Desde aquí se pueden entender toda la serie de recomendaciones que aparecen en el Evangelio de hoy. En primer lugar, se nos llama a amar a nuestros enemigos. El Señor reconoce la existencia de personas a las que consideramos enemigas. Nos gustaría que no fuese así, pero las relaciones humanas son complejas y, con frecuencia, conflictivas, y es inevitable que surjan situaciones de enemistad. Pero desde la radicalidad evangélica tenemos que comprender que enemistad no tiene que ser sinónimo de odio, venganza o desprecio. Se nos llama a aceptar la presencia de esas personas y a promover espacios de respeto y de comprensión mutua, aun aceptando las quizá insalvables distancias. Comprender que todos los seres humanos, incluso los más alejados de mí, son hijos de Dios, y por tanto hermanos nuestros, hace posible el amor a quienes también son objeto del amor divino.
Una segunda consideración es la invitación a poner la otra mejilla, que ha sido con frecuencia objeto de discusión, cuando no de burlas por parte de personas no creyentes. ¿Puede pedirnos realmente Jesús que promovamos, literalmente, que nos sigan golpeando? Tomar la Escritura al pie de la letra es muy peligroso y nos puede llevar a actitudes fundamentalistas, muy alejadas del espíritu del Evangelio. Quedémonos en la esencia de la cuestión: ante el riesgo de caer en una espiral de violencia, pongamos freno a actitudes de venganza y apostemos por la vía pacífica.
Es evidente que vivir en radicalidad la fe es algo muy exigente y conlleva actitudes para las que nuestras solas fuerzas no alcanzan. Por eso, una y otra vez debemos dejarnos guiar por el Espíritu de Dios, el que hace posible vivir con entrañas de misericordia. Busquemos siempre identificarnos con Jesucristo, que pasó por el mundo con entrañas de misericordia en su relación con todas las personas, santas y pecadoras.
¡Feliz día del Señor!