Domingo XIV del Tiempo Ordinario

Escrito el 06/07/2025
Agustinos


Texto: Miguel G. de la Lastra, OSA
Música: A new day. Mixaund

En aquel tiempo, designó el Señor otros setenta y dos, y los mandó delante de él, de dos en dos, a todos los pueblos y lugares adonde pensaba ir él. Y les decía:

«La mies es abundante y los obreros pocos; rogad, pues, al dueño de la mies que envíe obreros a su mies.

¡Poneos en camino! Mirad que os envío como corderos en medio de lobos. No llevéis bolsa, ni alforja, ni sandalias; y no saludéis a nadie por el camino.

Cuando entréis en una casa, decid primero: “Paz a esta casa”. Y si allí hay gente de paz, descansará sobre ellos vuestra paz; si no, volverá a vosotros.

Quedaos en la misma casa, comiendo y bebiendo de lo que tengan: porque el obrero merece su salario. No andéis cambiando de casa en casa.

Si entráis en una ciudad y os reciben, comed lo que os pongan, curad a los enfermos que haya en ella, y decidles:
“El reino de Dios ha llegado a vosotros”.

Pero si entráis en una ciudad y no os reciben, saliendo a sus plazas, decid: “Hasta el polvo de vuestra ciudad, que se nos ha pegado a los pies, nos lo sacudimos sobre vosotros. De todos modos, sabed que el reino de Dios ha llegado”.

Os digo que aquel día será más llevadero para Sodoma que para esa ciudad».

Los setenta y dos volvieron con alegría diciendo:
«Señor, hasta los demonios se nos someten en tu nombre».

Él les dijo:
«Estaba viendo a Satanás caer del cielo como un rayo. Mirad: os he dado el poder de pisotear serpientes y escorpiones y todo poder del enemigo, y nada os hará daño alguno.

Sin embargo, no estéis alegres porque se os someten los espíritus; estad alegres porque vuestros nombres están inscritos en el cielo»


Corderos y lobos

Lobos y Corderos. Esta semana comenzamos a leer el capítulo 10 del evangelio de Lucas. Los discípulos enviados, la parábola y la enseñanza sobre el prójimo y la única cosa necesaria. Es una página del evangelio sobre el doble amor, amor a Dios y amor al prójimo, y sobre la forma de equilibrarlos.

Por eso los “lobos” del evangelio quizás no son los peligrosos soldados romanos o los salteadores o ladrones. Esos lobos quizás están en las casas a las que van a llegar, en las plazas donde van a predicar. Lobos que al escuchar el anuncio de un Dios que indica al hombre el camino de la primacía del amor al prójimo por amor de Dios reaccionan con una hostilidad, expulsándoles de algunos pueblos. La vida de Pablo será un ejemplo de esta hostilidad, y nos muestra un modelo de la forma de vida de estos “itinerantes”, de ciudad en ciudad, sin la seguridad que dan la bolsa o la alforja, porque no viajan para hacer negocios; descalzos, con la imagen de los siervos, porque su tarea es la del servidor enviado. Son mensajeros, ni conquistadores ni peregrinos. Son mensajeros que anuncian en las ciudades un mensaje que había quedado olvidado.

Leon XIV se lo recordaba así a un grupo de familias “la maravillosa experiencia del encuentro con Jesús, Dios que se nos entrega”. Los mensajeros, las “ovejas”, anunciaban este encuentro con Jesús, porque evangelizar – decía el papa Francisco - no sólo es una tarea sino que “cuando la Iglesia convoca a la tarea evangelizadora, no hace más que indicar a los cristianos el verdadero dinamismo de la realización personal” (EG 10). Las ovejas anunciaban a los lobos la verdadera forma de realización personal. Y en esta evangelización encuentran una sorprendente alegría, la alegría de “ser del cielo” y de llamar, como “ciudadanos del cielo”, a todos los hijos de Dios esparcidos por el mundo. Volvieron con gran alegría ¡Y quiera Dios se cumpla lo que pedía Pablo VI! “Oalá el mundo actual —que busca a veces con angustia, a veces con esperanza— pueda así recibir la Buena Nueva, no a través de evangelizadores tristes y desalentados, impacientes o ansiosos, sino a través de ministros del Evangelio, cuya vida irradia el fervor de quienes han recibido, ante todo en sí mismos, la alegría de Cristo” (EN 80)

La imagen de las ovejas en medio de lobos no nos habla de temor y de indefensión. Las ovejas predican a los lobos el amor a Dios y al prójimo como expresión de su identidad personal. Y así el lobo se descubre oveja, se libera de la piel de violencia y de ira, de soberbia y de egoísmo y puede descubrir su rostro en este rostro limpio de ambiciones, rostro claro y desnudo, rostro herido en el crucificado y vencedor en el resucitado. Un rostro que, como un espejo, muestra al hombre su verdadera identidad. Porque el hombre no es un “lobo para el hombre”. El hombre es cordero entregado, es oveja perdida recogida por el pastor, es miembro del rebaño que Dios guía.

“Ved lo que hace un solo lobo que se introduzca en medio de un rebaño de ovejas. Por muchos millares de ovejas que sean, si se mete un lobo en medio de ellas, se espantan y, si no todas son degolladas, todas al menos se aterrorizan. (…). Había, pues, una manada de lobos; las ovejas eran pocas, a fin de que fuesen muchos lobos a dar muerte a pocas ovejas. Los lobos se convirtieron y se transformaron en ovejas” (serm. 64).