Domingo con San Agustín

Escrito el 12/06/2022
Agustinos


Domingo Santísima Trinidad 12 de junio de 2022

Jn 16, 12-15

Ese amor mismo logra que eso se conozca mejor y más plenamente

En este Domingo de la Santísimo Trinidad, San Agustín nos invita a que dejemos que el Espíritu Santo nos guíe para ir conociendo mejor lo que Jesús nos enseñó. El Señor Jesús sabía que no podíamos comprender todo, sobre todo, no podíamos comprender la grandeza de Dios, nuestro Padre. Esa es la labor del Espíritu, enseñarnos al Dios; él será ese maestro interior que nos guía, que nos enseña, que nos dirige al amor de Dios, hasta que lo veamos a cara a cara como los ángeles del cielo.

Por tanto, queridos hermanos, no aguardéis oírme las cosas que entonces no quiso el Señor decir a los discípulos porque aún no podían cargar con ellas, sino, más bien, progresad en la caridad que se da a vuestros corazones mediante el Espíritu Santo que os ha sido dado, para que, ardientes en el espíritu y enamorados de las bellezas espirituales, podáis conocer la luz espiritual y la voz espiritual, que los hombres carnales no pueden llevar, no mediante algún signo que se muestre a los ojos corporales ni mediante algún sonido que haga ruido en los oídos corporales, sino mediante la visión y audición interiores. En efecto, no se ama lo que se ignora totalmente; pero, cuando se ama lo que se conoce en parte por pequeña que sea, ese amor mismo logra que eso se conozca mejor y más plenamente. Si, pues, progresáis en la caridad que en los corazones derrama el Espíritu Santo, os enseñará toda la verdad o, como tienen otros códices, os guiará en toda la verdad; por ende, está dicho: Guíame, Señor, en tu camino y andaré en tu verdad.

Así sucederá no que aprenderéis de profesores exteriores lo que el Señor no quiso decir entonces, sino que todos seréis aprendices de Dios, de forma que seáis capaces de contemplar con la mente misma eso mismo que, mediante las lecturas y sermones ofrecidos desde fuera, habéis aprendido y creído acerca de la naturaleza de Dios, no corpórea ni encerrada en lugar alguno ni extendida cual mole por espacios infinitos, sino por doquier entera, perfecta e infinita, sin brillos de colores, sin figuras de rasgos, sin caracteres de letras, sin serie de sílabas.

He ahí que acabo de decir algo que quizá provenga de allí y empero lo habéis acogido y no sólo habéis podido llevarlo, sino que también lo habéis oído a gusto. Pero, si ese Maestro interior que, cuando aún hablaba exteriormente a los discípulos, aseveró: «Aún tengo muchas cosas para deciros, pero ahora mismo no podéis cargar» con ellas, quisiera decirnos interiormente, como lo dice a los santos ángeles que ven siempre al Padre cara a cara, esto que he dicho de la naturaleza incorpórea de Dios, no podríamos aún cargar con ello. Por ende, supongo no que lo que asegura: Os enseñará toda la verdad u os guiará en toda la verdad, puede en esta vida cumplirse en la mente de nadie —¿quién, en efecto, mientras vive en este cuerpo que se corrompe y embota al alma, podrá conocer la verdad, pues el Apóstol dice: «Conocemos en parte»—, sino que mediante el Espíritu Santo, de quien ahora recibimos la prenda, sucede que llegamos también a esa plenitud misma acerca de la cual dice idéntico Apóstol: «Entonces, en cambio, cara a cara», y «Ahora conozco en parte; entonces, en cambio, conoceré como soy también conocido», porque en esta vida no sabe todo entero, hasta esa perfección, lo que el Señor, al decir: «Os enseñará toda la verdad u os guiará en toda la verdad», nos ha prometido que sucederá gracias a la caridad del Espíritu.

Comentario sobre el evangelio de San Juan 96, 4.