Reflexión agustiniana

Escrito el 18/06/2022
Agustinos


Milagros cotidianos

Si abrimos nuestros ojos al germinar de las semillas y al milagro permanente del mundo de la naturaleza, no podemos por menos de admirarnos y alabar, de dar gracias y disfrutar. Agustín se admira del milagro de las cosas y del reproducirse de las semillas: “¿No es digno de toda admiración el curso ordinario de la naturaleza? Todas las cosas están llenas de milagros, pero la frecuencia los ha hecho vulgares. Intenta darme explicación; mi pregunta versará sobre cosas que vemos a diario. Explícame por qué la semilla de un árbol tan grande como la higuera es tan pequeña que apenas puede verse, mientras que la humilde calabaza la produce tan grande. Sin embargo, la semilla de mostaza, tan pequeña y apenas visible; esa pequeñez e insignificancia -se percibe si se aplica la inteligencia y no los ojos- oculta también la raíz y lleva dentro el tallo, las hojas y el fruto que aparecerá en el árbol. Todo está anticipado en la semilla” (Sermón 247, 2).

Sin duda, tener alma de contemplativo y sensibilidad estética, nos lleva a la observación y a describir lo observado como algo importante. La observación le lleva a Agustín a describe cómo se cazan los pájaros: “imagínate a uno que ignora la trampa de las aves, hecha con cañas y liga, se encuentra con un cazador provisto de sus armas, pero no cazando, sino andando; viéndolo, apresura el paso, y admirándose, como suele ocurrir, piensa para sí qué significa aquel hombre con todas aquellas armas; el cazador, viéndolo fijarse en sí, extiende las cañas por ostentación, y, visto un pajarillo cerca, lo paraliza con la caña y el halcón y lo coge” (Sobre el maestro 10, 32).

En la Escritura encuentra de todo y pide a Dios espacio para meditar y descubrir todo lo oculto, los grandes secretos. Compara la Escritura como bosques con cervatillos: “Dame espacio para meditar en los entresijos de tu ley y no quieras cerrarla contra los que pulsan, pues no en vano quisiste que se escribiesen los oscuros secretos de tantas páginas. ¿O es que estos bosques no tienen sus ciervos, para que en ellos se alberguen, y recojan, y paseen, y pasten, y descansen, y rumien?” (Confesiones 11, 2, 3).

Santiago Sierra, OSA