Reflexión agustiniana

Escrito el 02/03/2024
Agustinos


Ser Iglesia

Lo que la Iglesia es para nosotros, debe también serlo a través de nosotros: "La Esposa sois vosotros mismos, si amáis lo que ama ella; y amáis lo que ama ella si pertenecéis a ella... Os amonesto y ruego por la santidad de estas nupcias que améis a esta Iglesia, y permanezcáis en esta Iglesia, y seáis de esta Iglesia. Amad al Buen Pastor, el bello Esposo que a nadie engaña, que a nadie quiere ver perdido. Rogad también por las ovejas descarriadas, para que también ellas vengan a nosotros y reconozcan y amen la verdad, y no haya sino un solo rebaño y un solo pastor" (Sermón 138, 7 y 10). En el fondo lo que está diciendo Agustín es que los miembros de Cristo tienen la obligación de comunicar la buena noticia que ellos han recibido y así aumentar los miembros de Cristo hasta llegar al Cristo Total: "Cuando comenzare Cristo a habitar en el interior del hombre por la fe y comenzare el invocado a poseer al que confiesa, se constituye el Cristo total, cabeza y cuerpo, y de todos se hace uno... Cristo se predica a sí mismo, se predica también en sus miembros ya existentes para atraer a otros, para que asimismo se acerquen los que aún no eran y se unan a sus miembros, por los cuales se predicó el Evangelio; y así se forme un solo cuerpo bajo una sola cabeza, con un mismo espíritu y una sola vida" (Comentarios a los Salmos 74 ,4).

La Iglesia, que es nuestra madre, es atacada y está en permanente peligro, atacada por los falsos hijos, por eso pide a sus hijos auténticos que la defiendan y la ayuden en la tarea de cuidar de todos, que superen su estado infantil y se pongan a trabajar (cfr. Carta 243,8). Dirigiéndose a sus fieles cualificados que se dedican al ocio santo, les dice que tiene necesidad de ellos para que la caridad se extienda a todos los hombres: "Su voz se deja oír a la puerta y dice: 'Ábreme, hermana mía, amiga mía, paloma mía. perfecta mía, porque mi cabeza está llena de rocío, y mis cabellos con las gotas de la noche'. Como si dijese: Tú reposas, y la puerta está cerrada para mí; tú te entregas al ocio, que pocos pueden tener, y, mientras tanto, la abundancia de la impiedad entibia en muchos la caridad. La noche representa al pecado; sus gotas y rocío son los que se entibian en la caridad y caen y entibian a la cabeza de Cristo, esto es, hacen que Dios no sea amado, pues la cabeza de Cristo es Dios. Son llevados en los cabellos, es decir, son tolerados en los sacramentos visibles, porque jamás los sentidos penetran en el interior de ellos. Bate para sacudir el sosiego de los buenos ociosos, y clama: Ábreme, hermana mía por mi sangre, próxima mía por mi acercamiento, paloma mía por mi espíritu, perfecta mía por mi doctrina, que con mayor plenitud has aprendido en tu reposo; ábreme, predícame. ¿Cómo he de entrar a aquellos que me cerraron la puerta, sin que haya quien me la abra? ¿Cómo han de oír, si no hay quien les predique?" (Comentario a Juan 57, 4).

Agustín recomienda unirse a los buenos para progresar juntos, porque los malos ejemplos de vida pueden hacer que perezcamos: "Uníos a los buenos cristianos. Hay también, y esto es lo peor, malos cristianos. No faltan quienes se llaman cristianos, sin serlo. Hay cristianos en quienes padecen ultraje los sacramentos de Cristo, que viven de tal manera que perecen ellos mismos y hacen perecer a otros. Perecen ellos por su mala vida; hacen perecer a otros dándoles malos ejemplos de vida. Por tanto, vosotros, amadísimos, no queráis uniros a ellos. Buscad los buenos y juntaos con ellos. Sed buenos" (Sermón 223, 1). Si algo pide a sus seguidores es que sean fieles a lo que creen y vivan conforme a ello; esta es también su manera de vivir y su verdadero deleite: "Muchas veces he dicho a vuestra caridad que de nada sirve dar a conocer la verdad si el corazón disiente de la lengua y que de nada aprovecha oír la verdad si a la audición no sigue la obra. Desde este sitio os hablo como desde un lugar más elevado; pero Dios, que se hizo indulgente a los humildes, sabe cómo estoy, por el temor, a vuestros pies" (Comentarios a los Salmo 66, 10).

Santiago Sierra, OSA