Reflexión agustiniana

Escrito el 09/03/2024
Agustinos


Ejemplo y apostolado

Agustín concede mucha importancia al ejemplo, como forma de apostolado. De hecho, para él seguimiento y evangelizar desde el propio testimonio es la misma cosa, y es que todos tienen la obligación de transparentar lo que han recibido como don. Hoy se sigue más a los testigos que a los maestros, es decir, hoy somos más sensibles a los ideales que se encarnan, a la coherencia entre la doctrina y la vida; él sabe por propia experiencia que los maniqueos utilizaban como artificio para seducir a los sencillos y atraerlos a su escuela el presentar "la ficción de una vida pura y de continencia admirable" (Costumbres de la Iglesia católica 1, 1, 2). El talante de Agustín con relación a lo que estamos diciendo, lo podemos descubrir en textos como estos: "¿Qué he de hacer? ¿Cómo he de obrar? ¿Qué puedo decir? ¿Con qué punzadoras amenazas, con qué ardientes exhortaciones moveremos los corazones duros, perezosos y helados por el hielo del pasmo terreno para que sacudan de una vez la modorra del mundo y se inflamen en el amor de lo eterno? ¿Qué puedo decir? Se me ocurre entre tanto que los mismos acontecimientos cotidianos me están advirtiendo y sugiriendo lo que he de deciros. Pasa, si te es posible, del amor de esta vida temporal al amor de la eterna, la que amaron los mártires, que despreciaron esta temporal. Os ruego, os suplico, os exhorto, no sólo a vosotros, sino también a mí mismo, a amar la vida eterna. A pesar de que se merezca mayor amor, sólo pido que la amemos como aman la vida temporal sus amantes, no ya como la amaron los santos mártires, pues éstos no la amaron en absoluto o muy poco y con facilidad la antepusieron a la eterna... Como aman la vida temporal los amantes, así hemos de amar nosotros la eterna, de la que el cristiano se proclama amador" (Sermón 302, 2).

Para Agustín, a decir verdad, el problema no está en que los paganos defiendan otras cosas y pongan en tela de juicio las dimensiones de fe de los cristianos, el verdadero problema que le quita el sueño son los cristianos que confiesan una cosa de palabra y cumplen otra en la vida práctica, es el problema de la mediocridad y la incoherencia; el problema, por tanto, está en el divorcio entre la vida y la fe. Los que se llaman cristianos tienen que demostrarlo con sus obras, ya que el cristianismo no es una ideología, sino una forma de vivir, es decir, una vida, y será en la vida, en las costumbres, donde tenemos que mostrar lo que somos: "Quienes se llaman y no son, ¿de qué les aprovecha el nombre, si no tienen la realidad? ¡Cuántos se llaman médicos y no saben curar! ¡Cuántos se llaman serenos y se pasan toda la noche durmiendo! Así muchos se llaman cristianos y no aparecen tales en sus obras, porque no son lo que se llaman, es decir, en la vida, en las costumbres, en la fe, en la esperanza, en la caridad" (Comentario a la Carta de  Juan 4, 4). Para Agustín el cristiano ha de serlo a carta cabal, no puede apostatar de su fe, no puede ir contra su misma creencia: "También lo dijiste tú. Si ni siquiera en sus santos hay fidelidad. Debido a la inseguridad de los tiempos que corren, donde la mayoría practica el engaño de hablar mucho y de no hacer nada. Y el cielo, ¿no es puro ante él? Se toma el cielo por los que en él habitan. O también por los santos mismos, dado que en ellos mora Dios" (Anotaciones a Job 15).

Los cristianos materialistas fueron la espada clavada continuamente en el corazón de Agustín. Evidentemente vivir sólo de Dios, vivir contento con su Dios, no es para nada fácil; el cristiano que cumple, parece que no puede gozar de nada ni poseer nada a no ser su Dios. También hoy se pide a la Iglesia lo visible, obras externas abundantes, obras sociales, apostolados de masa, y no oraciones con promesas y esperanzas de algo que no se tiene a la mano, pero, ¡cuidado!, no se puede reducir el plan divino de salvación a una obra de promoción social, dejándonos llevar de los cantos de sirena de una cultura laica y laicista, que aprecia esta Iglesia benéfica y filantrópica, con tal de que se desprenda de su aparato doctrinal y moral. La Iglesia si renuncia al misterio del que vive, o lo privatiza, reduciéndolo a la libre elección de cada conciencia, se derrota a sí misma en la medida en que triunfa. Lo importante es que cada uno se ponga en actitud de servicio: "Hermanos, no penséis que el Señor dijo estas palabras: 'Donde yo estoy, allí estará también mi servidor', solamente de los obispos y clérigos buenos. Vosotros podéis servir también a Cristo viviendo bien, haciendo limosnas, enseñando su nombre y su doctrina a los que pudiereis, haciendo que todos los padres de familia sepan que por este nombre deben amar a la familia con afecto paternal. Por el amor de Cristo y de la vida eterna avise, enseñe, exhorte, corrija, sea benevolente y mantenga la disciplina entre todos los suyos ejerciendo en su casa este oficio eclesiástico y en cierto modo episcopal, sirviendo a Cristo para estar con Él eternamente" (Tratados sobre el Evangelio de San Juan 51, 13).

Santiago Sierra, OSA