Reflexión agustiniana

Escrito el 23/03/2024
Agustinos


Ser testigos de la propia vocacación

Hay personas que por amor de la vida eterna son capaces de abandonar los placeres de este mundo; estos son los que están más preparados para ayudar a los demás fieles a comprender esta vida eterna y a amarla con más intensidad. Se trata de encender la llama del amor que arde en el propio corazón en otras muchas personas, y es que el que no arde, no puede encender a otros: "Si el ministro no se inflama al predicar, no enciende a quien predica" (Comentarios a los Salmos 103, 2, 4). Es decir, aquel que ama a Dios, procura tener las mismas actitudes que Dios para con los demás hombres y no puede por menos de trabajar para que todos amen a Dios y se esfuercen por crecer en el amor y en la disponibilidad para el servicio: "Porque quien ama a Dios, no puede despreciar su mandato de amar al prójimo. Y quien santa y espiritualmente ama al prójimo, ¿qué ama en él sino a Dios? Es este un amor distinto de todo amor mundano..." (Comentario a Juan 65, 2).

La necesidad de la caridad puede hacer que uno, aunque preferiría vivir en el ocio, tenga que esforzarse en las tareas apostólicas, porque lo que cuenta es la caridad. La razón profunda de esta orientación es que, de lo contrario, puede estar alimentando el egoísmo y la ociosidad, cosa que no puede ser recomendada bajo ningún aspecto, y, en consecuencia, puede convertirse en estéril: "La vida que se ocupa y afana en la contemplación a fin de ver por la inteligencia, con los ojos robustos de la mente, mediante las cosas creadas, las realidades no perceptibles por los sentidos, y otear de forma inefable el poder y divinidad sempiternos de Dios, quiere desentenderse de toda ocupación y, en consecuencia, se vuelve estéril" (Contra Fausto 22, 54).

Dios habita en la tierra en la Iglesia, como la tienda que se tiene en el tiempo de peregrinación: "Aquel que tiene la excelentísima casa en lo escondido, tiene también en la tierra el tabernáculo. Su tienda o tabernáculo en la tierra es su Iglesia, todavía peregrina. Pero aquí ha de buscarse, porque en el tabernáculo se encuentra el camino que conduce a la casa. Cuando vaciaba sobre mí mi alma para lograr ver a mi Dios, ¿por qué hice esto? Porque he de entrar en el lugar del tabernáculo. Pues fuera del lugar del tabernáculo erraré buscando a mi Dios. Entraré en el lugar del admirable tabernáculo hasta la casa de Dios. Pues yo admiro muchas cosas en el tabernáculo. He aquí cuántas cosas contemplo en él. El tabernáculo de Dios en la tierra son los hombres fieles. En ellos admiro la obediencia de sus miembros, porque no reina en ellos el pecado obedeciendo a sus deseos; ni prestan sus miembros al pecado como instrumentos de iniquidad, sino que se ofrecen a Dios vivo en las buenas obras; también observo que los miembros están bajo el dominio del alma para servir a Dios; asimismo contemplo al alma que obedece a Dios ordenando las obras de sus actos, refrenando la concupiscencia, deponiendo la ignorancia y ofreciéndose a soportar todas las tribulaciones y molestias, consagrándose ante todo a la justicia y a la caridad. Contemplo estas virtudes en el alma, pero aún me encuentro peregrino en el lugar del tabernáculo" (Comentarios a los Salmos 41, 9).

Todo cristiano tiene que estar disponible para el ministerio, de hecho, dice Agustín, "Pero al que, habiendo sido elegido por la Iglesia, rehúse el ministerio de evangelizar, con razón y dignidad lo desprecia la misma Iglesia", y es que "quien tiene la fe evangélica de forma que saca provecho el mismo y no rehúye el ser de provecho para la Iglesia, se entiende justamente que tiene descalzos ambos pies. En cambio, quien juzga que personalmente le basta con creer y rehúsa preocuparse por ganar a otros, no significará en figura. sino que llevará en sí, hecho realidad, el oprobio de aquel descalzo" (Contra Fausto 32, 10).

Santiago Sierra, OSA