Reflexión agustiniana

Escrito el 13/04/2024
Agustinos


Siempre abiertos a la eclesialidad

intereses personales, y esto porque la Iglesia es criterio para saber lo que tenemos que hacer. Sus necesidades han de estar también por encima del deseo de contemplación y del retiro: "Si la Iglesia reclama vuestro concurso -les dice a los monjes de la isla Cabrera-, no os lancéis a trabajar con orgullo ávido ni huyáis del trabajo con torpe desidia... No antepongáis vuestro ocio a las necesidades de la Iglesia, pues si no hubiese buenos ministros que se determinasen a asistirla cuando ella da a luz, no hubiésemos encontrado medio de nacer. Como entre el fuego y el agua hay que caminar sin ahogarse ni abrasarse, del mis­mo modo hemos de gobernar nuestros pasos entre la cima del orgu­llo y el abismo de la pereza" (Carta 48, 2). De la misma manera, las necesidades de la Iglesia tienen que anteponerse a los vínculos de consanguinidad y de amistad, es decir, para Agustín lo importante es la Iglesia y ante ella no cuentan nuestros gustos y comodidades (cfr. Carta 84, 1). La Iglesia necesita a todos sus hijos para transmitir su doctrina y para defenderse de los falsos hermanos (cfr. Carta 243, 9).

El enamorado de la contemplación que desprecie el cami­no de la caridad para con el prójimo, está amenazado de esterili­dad. Será la caridad la que purifica la mirada interior y nos dirá si lo que hacemos es lo que tenemos que hacer. Cuando estos que desean contemplar la verdad en el ocio, ven las necesidades eclesiásticas, deben aceptar gobernar el pueblo. Serán éstos, los que mantengan la buena fama de la vida contemplativa ante los fieles, pues todos comprenderán que desde esa vida han bajado a dispensar los misterios de Dios, no por propia voluntad, sino por la necesidad que han descubierto. Así se describe Agustín a sí mismo y a los que están en una situación semejante: "¿Qué es lo que pretendía en su corazón el religioso, qué ilusión aca­riciaba cuando la gracia le purificó de sus pecados, sino la búsqueda de la sabiduría? Los hombres huyen del siglo y corren a refugiarse en el retiro para alcanzar la contemplación. Quieren desposarse con Raquel (contemplación) y no con Lía (apostolado), lo mismo que Jacob. Pero a veces les acontece lo mismo que a Jacob: Lía, que por sí misma no es amable, debe ser aceptada por razón de su fecundidad. Entonces el siervo de Dios tiene que tolerar su propia unión con Lía y servir otros siete años por Raquel, que es de quien está enamorado. Viene huyendo del siglo en bus­ca de la contemplación, cuando de repente le hacen víctima de un trueque doloroso: le obligan a aceptar un ministerio eclesiástico; le imponen un nuevo servicio; le obligan, como si dijéra­mos, a casarse con Lía. Entonces el siervo de Dios se entrega fervorosamente al servicio del apostolado. Las gentes ponderan su proselitismo ardoroso... Este siervo de Dios lo oye todo, propala afanosamente la buena fama de los monasterios y mientras él tiene que contentarse con la compañía de Lía, hace cuanto está de su parte para que Raquel disfrute la hermosura fragancia de los frutos que apetece" (Contra Fausto 22, 58).

En la vida presente se impone la acción apostólica. Es más, para poder gozar con María de la contemplación en la vida futura, es necesario empeñarse como Marta en las tareas diarias: "Marta, que recibió a Jesús en su casa, es la figura de la Iglesia de ahora, que recibe al Señor en su corazón. María, su hermana, que estaba sentada a los pies de Jesús, del Señor y escucha su palabra, representa también la Iglesia, pero en el siglo futuro, donde, liberada de los cuidados del servicio a los pobres, se dedica exclusivamente a gozar de la sabiduría. Marta se ocupa de numerosas tareas, porque ahora la Iglesia debe cumplir sus tareas. Ella se queja de que su hermana no viene a ayudarla y da ocasión al Señor a mostrarnos esa Igle­sia inquieta y turbada por multitud de cosas, mientras que una sola es necesaria. Allí se llega por estos trabajos. Declara que María ha elegido la mejor parte, que no le será quitada, para hacernos comprender que es por medio de la primera que se llega a la segunda que nunca será quitada. En cuanto a estos trabajos, aunque sean buenos, ya no se harán cuando haya desaparecido la mise­ria que remediaban" (Cuestiones sobre el evangelio q. 20).

A Pedro, después de la experiencia del Tabor, le invita Jesús a que trabaje por el bien de los hombres, como nos invita a cada uno de nosotros a estar en su Iglesia: "Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende, predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en la caridad, por el candor y la belleza de las obras buenas, lo simbolizado en las blancas vestiduras del Señor... Desciende a trabajar a la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la tierra. Descendió la vida para encontrar la muerte; bajó el pan para sentir hambre; bajó el camino para cansarse en el camino; descendió el manantial para tener sed, y ¿rehúsas trabajar tú? No busques tus cosas. Ten caridad, predica la verdad; entonces llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad" (Sermón 78, 6).

Santiago Sierra, OSA