¡Hola, qué tal, cómo estás!
Ayer hemos celebrado la fiesta del Corpus Christi, del Cuerpo de Cristo, de la presencia permanente de Jesús en medio de nosotros a través del pan y vino consagrados en la eucaristía, y que recibimos en la comunión.
También tenemos la presencia permanente de Cristo dentro del sagrario que hay en las iglesias. Allí está guardado el pan consagrado que no se ha comulgado, consumido en las misas.
Es Cristo mismo que se queda allí permanentemente para que podamos ir a adorarle, rezarle, pedirle lo que necesitamos, ofrecernos a él y a la humanidad para trabajar por la paz, la justicia, la verdad, el perdón.
Son tan necesarios estos valores en estos momentos por los que pasa nuestro mundo, que es urgente pedirle mucho al Señor por ellos y comprometernos a hacerlos realidad en el lugar donde nos toca vivir.
Pero, para hacerlo, necesitamos la sabiduría que nos ayude a reflexionar, pensar y actuar desde la voluntad de Dios, y no desde nuestro orgullo y soberbia. Y, así lo ve también San Agustín.
“Después de haber oído que se debe ser humilde, algunas personas nada más desean aprender. Piensan que son orgullosas si poseen alguna cosa. Ya se ha explicado en qué quiso Dios que fuésemos humildes y en qué excelsos: humildes para evitar la soberbia, excelsos para alcanzar la sabiduría”.
(Enarraciones sobre el salmo 130,12)
Oración:
“Mientras me muevo, aguanto este cuerpo, ruego poder ser puro, generoso, justo y prudente. Que pueda ser un perfecto amante y conocedor de tu sabiduría”
(Soliloquios 1,6)